Las hordas gubernamentales han vuelto a dar señales de su furia. Ahí están los rostros de las víctimas con un grito de dolor o en el momento de soltar cualquiera de las frases que guardan en la memoria para usarlas como defensa en medio del concierto de patadas y empellones que se desparraman en sus cuerpos con patética regularidad.
Esos detalles del salvajismo que las brigadas de respuesta rápida protagonizan cada vez que se lo ordenan sus jefes inmediatos están en las redes sociales y han sido tomadas hace apenas unos días.
Son las evidencias de que el 2016 será un remedo del año anterior que terminó con un record de arrestos arbitrarios, golpizas, hechos vandálicos, allanamientos y penas de cárcel contra los integrantes de la sociedad civil y la oposición pacífica.
La vieja guardia del partido y el gobierno insiste en mantener intactos los muros de la intolerancia. No quiere escuchar la voz de sus adversarios internos, aunque vengan dispuestos a un diálogo donde se prioricen los intereses de Cuba como nación y no como feudo de nadie.
El privilegio de entenderse sin ojerizas y puñetazos sobre la mesa es solo es para los representantes de gobiernos foráneos, cuyas prioridades no sean la discusión de asuntos relacionados con la falta de garantías para el ejercicio de las libertades fundamentales dentro de la Isla.
Como están las cosas no debería sorprender que pese a todo este circo de violencia, el régimen cubano logre el levantamiento de la Posición Común, adoptada desde 1996 por la Unión Europea, precisamente por la falta de democracia.
También es factible un avance sostenido del deshielo con los Estados Unidos durante el mandato de Barack Obama. Tendencia que se reforzaría con la victoria de Hillary Clinton en noviembre próximo.
En el hipotético caso de un triunfo de los conservadores, hay probabilidades de que el acercamiento se torne tal vez más escabroso, pero ni pensar en una ruptura.
Ante el cúmulo de hechos incontrastables, se llega a la conclusión de que los incidentes que afectan, cada semana, la integridad física y psicológica de los activistas contestatarios no parece ser un obstáculo para la continuidad de las negociaciones a dos bandas que terminan legitimando a los represores.
En el ínterin de un proceso que augura ser largo y marcado por las incertidumbres, el partido comunista y las organizaciones creadas a su imagen y semejanza, persistirán en el uso de la fuerza como garante de su hegemonía absoluta.
Por tanto, esas instantáneas de hombres y mujeres ultrajados por las turbas están lejos de desaparecer de los sitios digitales interesados en su difusión.
El asunto es que generen el debido interés en la opinión pública internacional. Que no se conviertan en una rutina. En este mundo donde la bestialidad humana es asumida a menudo como un espectáculo, se corre el riesgo de caer en los dominios de la banalización.
Es preciso tener conciencia de la cercanía a esos espacios.