El opositor Yuriet Pedroso sobrevivió a la huelga de hambre que comenzó el 1 de marzo. Tuvo que resistir 76 días sin alimentarse para que sobreseyeran la causa por un presunto delito de atentando. Ahora se recupera para regresar a su domicilio con las secuelas del sacrificio que afortunadamente no parecen ser graves. La derrota de sus acusadores refleja la determinación del activista en llevar la protesta hasta las últimas consecuencias.
Era más rentable para el poder, un desenlace sin muerte de por medio.Ante tales conclusiones, es pertinente tener en cuenta que si algo no le falta a la policía política son disposición y procedimientos para el desquite. Por eso no se debe perder de vista la suerte de Pedroso cuando vuelva, desde las filas de la Coalición Nacional Opositora, a protagonizar actividades a favor de una apertura democrática.
Sorprende que le hayan “perdonado” una acción por la cual decenas de líderes y militantes contestatarios han recibido sendas condenas de cárcel. Colgar carteles antigubernamentales en lugares públicos es en Cuba una falta grave.
Al margen de las especulaciones sobre lo que pueda suceder en el futuro, es oportuno resaltar una victoria de la oposición que no cambia el panorama represivo, pero se revela como un hecho que desmiente el discurso descalificador del régimen contra sus adversarios ideológicos.
¿Un mercenario se hubiese atrevido a morir de hambre por un delito netamente político?
¿Qué mercenario estaría dispuesto a volverse a declarar en huelga ante una situación similar, como ha declarado Yuriet desde la cama que todavía ocupa en el hospital Arnaldo Milián? Con el cierre, siempre parcial, de este caso el gobierno da muestras de no querer enredarse demasiado. Es obvio que prefiere los actos de repudio y los arrestos temporales para minimizar los efectos de la creciente beligerancia de las agrupaciones opositoras.
El episodio recién concluido se instituye como otro símbolo de la resistencia que adquiere una mayor dimensión a partir del lugar en que ocurrió (la ciudad de Santa Clara, a casi 300 kilómetros de la capital del país) y de parte de un joven de 34 años.
Hacer oposición fuera de La Habana es un mérito adicional. En cualquier sitio del interior de la Isla, las consecuencias por enfrentarse a las fuerzas leales al gobierno suelen ser mucho más dramáticas.
Mediante un altísimo precio, Yuriet pudo derribar los muros de la injusticia. Ojalá que no vuelva a recurrir a ese método para ponerle coto a la arbitrariedad. Podría morir en el intento o quedar con secuelas de por vida que le impidan continuar en la lucha. Es necesario que se reponga. Su regreso a la actividad opositora es importante. Ha demostrado con creces que le sobra coraje y entrega a la buena causa de la libertad.