Martes , 27 Junio 2017
Represión: antes, ahora y después

Represión: antes, ahora y después

La maquinaria represiva del castrismo funciona cada vez mejor. La conclusión es válida por el alza en el número de presos políticos y el rigor del asedio contra los grupos de la oposición.

Raro es el día en que no se reporte algún arresto temporal, uno o varios actos de repudio o el vandalismo se haya practicado con el mismo grado de impunidad.

Lo peor de todo es que no se vislumbra ninguna posibilidad de ponerle coto a una política que diseñaron de espaldas a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y al amparo de una legitimidad ajena al deseo de la mayoría de los cubanos.

Los episodios que detallan el uso indiscriminado del poder contra ciudadanos indefensos quedan finalmente omitidos o minimizados en los entresijos de una política, cuyos presupuestos se asientan en la  contención de las demandas al régimen de La Habana en materia de derechos civiles y políticos en aras de potenciar acuerdos económicos que garanticen la estabilidad social necesaria para una reconversión lenta y limitada.

Por tanto, el futuro democrático que anhelan millones de compatriotas de dentro y fuera de la Isla, amenaza con ser una aspiración  de escasos reflejos prácticos a luz de los acontecimientos.

En la continuidad del ejercicio del terror por parte del Estado y en la potenciación de éste se refleja una tendencia, al parecer irreversible y que ofrece un acercamiento de lo que será el postcastrismo.

Si bien en Cuba habrá economía de mercado y otras derivaciones de esa apertura, aun en ciernes, poco se puede esperar en cuanto al desbloqueo de los códigos que mantienen cerrado el acceso al pluripartidismo y la legitimación constitucional de las libertades fundamentales.

Lo que se articula en Cuba es un capitalismo bajo la égida del Estado donde sus patrocinadores continuarán arrogándose el derecho a criminalizar las actividades que consideren lesivas a sus intereses.

Tal vez ese entorno que se construye tras la sonoridad de viejas consignas proletarias y discursos que exacerban el nacionalismo, sea un poco más llevadero en cuanto a posibilidades de subsistencia y creación de espacios con cierto nivel de autonomía.

No obstante, es iluso pensar en la instauración de una democracia representativa sin amputaciones o perniciosas añadiduras.

El daño antropológico causado por la imposición de un modelo cuya legalidad osciló entre las arengas de un caudillo y el sometimiento a la doctrina de un partido,  obligan a moderar las estimaciones en relación a la existencia de un Estado de Derecho, sobre las ruinas del actual sistema.

Ante estas realidades, vale exaltar el drama de los que padecen encierro a causa de su labor contestataria y también los sufrimientos de quienes son castigados, en las calles, con insultos y golpes por exigirle cambios al gobierno.

Es preciso multiplicar los esfuerzos por abrir trillos en la espesura del silencio que se levanta sobre los cimientos de la realpolitk.

De lo contrario seremos cada día más invisibles.


 

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