El embajador de Corea del Norte en la ONU, Se Pyong So, ha dicho que las máximas autoridades del país que representa “se sienten orgullosas del progreso alcanzado durante los últimos cuatro años, en los que han superado todo tipo de obstáculos y desafíos para proteger y promocionar los derechos humanos”.
Pudiera parecer un chiste de mal gusto, pero no es así. Las palabras son parte de un discurso pronunciado, hace menos de una semana, en el seno del Consejo de Derechos Humanos y que fue apoyado de manera incondicional por los gobiernos de Venezuela, Cuba, Bolivia y la República Democrática del Congo.
Hipocresía y desfachatez son apelativos demasiado indulgentes para calificar la intervención que pretendió lanzar una cortina de humo sobre las vejaciones y maltratos que reciben quienes no acaten las ordenanzas de Kim Jong Un, el dictador de 31 años de edad que en un lustro en el poder ostenta un profuso record de crímenes de lesa humanidad.
Basta recordar el fusilamiento público de su ex novia por un delito menor y al tío que lanzó en medio de una jauría de perros hambrientos a modo de escarmiento.
Alegó, sin pruebas convincentes, que el pariente había traicionado su confianza. Por supuesto que no sobrevivió a la furia perruna.
Es un insulto que éste país tenga voz y voto en la referida entidad internacional. Su admisión echa por tierra la credibilidad de un organismo que parece haberse creado para cumplir funciones decorativas.
La irrelevancia de los llamados Exámenes Periódicos Universales (EPU), un procedimiento que se esperaba iba elevar la efectividad del organismo, se confirma una vez más con la presencia de criminales disfrazados de diplomáticos.
El representante de Pyongyang pasó por el escrutinio como los modelos que se desplazan en una pasarela.
No faltaron aplausos, elogios, recomendaciones sin estridencias y alguna que otra crítica, que los aludidos mirarán de reojo y rechazarán con trompetillas.
En esa comparsa de partidarios no podía faltar el gobierno cubano que por cierto hace un tiempo se sometió al EPU y continúa golpeando y encarcelando a los opositores a sus antojos.
La cifra de presos políticos crece al igual que los actos de repudio, y otras acciones violatorias del respeto a la dignidad humana.
Los argumentos de los defensores de la dinastía coreana se basaron en presuntos avances en cuanto al acceso universal a la salud y la educación.
Un cliché que a estas alturas no debería engañar a nadie. Los “gorilas” cubanos también usan este tipo de argumentos para justificar sus tropelías. En la práctica esto es relativo.
Recibir una esmerada atención en un hospital de la Isla se ha convertido en una excepción. Ni hablar del aprendizaje en las escuelas.
Lo que define las políticas educacionales tanto en Cuba como en Corea del Norte es el adoctrinamiento.
El pulgar de Kim Jong Un siempre está listo para apuntar hacia el suelo a la vista de todos. Raúl Castro lo hace, pero discretamente.
Mata, anula y aterroriza con métodos menos cruentos, pero también en franca violación a las leyes internacionales.
Entre los últimos atropellos aparece la detención, el domingo 27 de abril, de cerca de 90 mujeres pertenecientes a las Damas de Blanco. Los arrestos se produjeron en varias localidades del país.
Marchar pública y pacíficamente a favor de la excarcelación de los presos políticos y el respeto a los derechos humanos es el motivo para que las féminas sean objeto cada semana de golpizas y ofensas de parte de las huestes parapoliciales.
Se entiende el porqué del apoyo mutuo entre ambas dictaduras. Dos regímenes que han codificado la pobreza y el terror como garantía para conservar el poder absoluto.