Radio y Televisión Martí tienen plaza fija en el colimador de Raúl Castro y también en el de sus ayudantes cercanos.
En ese equipo, desde un privilegiado ángulo, apunta el ex ministro de cultura Abel Prieto, devenido en asesor del presidente.
Hace unos días, desde Madrid, hizo gala de su puntería y con el selector en ráfaga.
Su propósito es conseguir la eliminación de las transmisiones hacia la Isla como requisito para la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Se trata de una de las exigencias de los mandamases criollos para otorgarle mayor dinamismo al deshielo bilateral. Desafortunadamente en las negociaciones en curso sigue faltando la reciprocidad por parte de la élite política insular.
Piden más concesiones sin comprometerse a dar pasos que contribuyan a establecer un clima de confianza y a la vez muestren la voluntad en realizar cambios estructurales, tanto en asuntos claves de índole socioeconómica como en política exterior, que ayuden a acortar los plazos hacia el entendimiento.
Sin una descentralización de la política informativa que abra las posibilidades de ejercer el periodismo al margen de lo que decide el partido comunista, sería un error de Obama o de cualquiera sea el inquilino de la Casa Blanca, ponerle fin a una labor, que ha sido y es, de enorme importancia en la lucha pacífica por el respeto de las libertades fundamentales y la creación de un Estado de Derecho.
Gracias a esos servicios se han roto muchos de los candados que el oficialismo ha puesto en todos los medios de comunicación nacionales.
Cuando se hable de aportes en la erosión de los mecanismos que el gobierno utiliza para uniformar los criterios de la sociedad, hay que tener presente a Radio Martí.
Si bien la eficacia de la televisora que lleva el mismo nombre es cuestionable, debido a las dificultades en romper el cerco de las interferencias, el espacio radial sí es escuchado por miles de ciudadanos a lo largo y ancho del país.
Aunque se hayan levantado algunas protestas dentro del gremio oficial frente a las talanqueras que el departamento ideológico del Comité Central se encarga de revisar con lupa, día tras día, para descubrir posibles grietas, los hechos no pasan de ser simples escaramuzas sin resultados que empujen hacia la objetividad y otras premisas elementales de la profesión.
Entre la manipulación y las omisiones de los órganos de prensa nacionales y la selectividad de los medios foráneos acreditados, cuyo interés primario es evitar la expulsión o el cese del contrato por darle mucha cobertura a temas que desagraden al poder, crece la importancia de Radio y Televisión Martí.
Son ventanas al mundo. Atalayas para ver más allá de los muros que han levantado los maestros de la censura.
Eliminar esos espacios sería darle otro espaldarazo a un régimen que insiste en desconocer olímpicamente la letra y el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Enarbolar este documento en público es en Cuba un delito a pagar con una multa o la cárcel.
En un país donde el acceso a internet es un privilegio, la emisora de radio, con base en la ciudad de Miami, es el canal apropiado para que la opinión pública nacional e internacional se entere de esas arbitrariedades.
Por eso la insistencia de Abel Prieto en mantener ambas emisoras en la mirilla y disparar sus invectivas preferiblemente en andanadas, desde su bunker en La Habana o mientras participa en algún evento allende los mares.