Martes , 27 Junio 2017
¿Hasta cuando?

¿Hasta cuando?

En Cuba los reos se las ingenian para escapar de la cárcel. Con una soga les basta.

Lo hacen con rapidez, preferiblemente en la madrugada.

El pasado 9 de mayo, el preso Fernando Michel Pérez Vidal, decidió librarse del hambre, el hacinamiento y las golpizas. Se ahorcó en una celda de castigo.

Estaba recluido en la prisión de Las Tunas, localidad ubicada en la zona oriental de la Isla.

Rogelio Izaguirre Medina, también se escabulló del infierno. No se colgó como su coterráneo. Su muerte fue a causa de una prolongada huelga de hambre, según la nota publicada por la reportera independiente Dania Virgen García, en el sitio Primavera Digital.

Ambos desenlaces se enmarcan dentro de un fenómeno que afecta a todo el territorio nacional.

En toda la red de cárceles y prisiones se contabilizan mensualmente decenas de casos similares sin que se articulen acciones internacionales para evitarlos.

Más allá de anotarlos en las estadísticas, muy poco pueden hacer los grupos de la sociedad civil alternativa y de la oposición pacífica.

Cualquier intento de protesta es desarticulado, sin escatimar medios, por los agentes de la policía política y sus colaboradores.

Desde el exterior, el margen de efectividad de las declaraciones y condenas de algunas organizaciones no gubernamentales, es mínimo.

Hasta el momento no se ha podido sensibilizar a gobiernos y personalidades para que se pronuncien de manera contundente por el cese del terrorismo de Estado en Cuba.

Ni hablar de las coberturas mediáticas. La gran prensa, salvo algún caso muy puntual, desestima hacerse eco de lo que sucede en las más de 200 prisiones y campos de trabajo, ocupados por alrededor de 70 000 reos, de acuerdo a estimados de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN).

Cada mes se añaden nuevos suicidios a la lista, por causas asociadas a los abusos que se cometen con la anuencia o participación de quienes dirigen los centros penitenciarios.

Recuerdo mi llegada a los predios de la prisión de Guantánamo en la segunda mitad de abril de 2003.

Mientras esperaba ser conducido a unos de los cubículos, sentí unos gritos desgarradores. Estos crecían a medida que los golpes ganaban en intensidad.

Al dirigirme, esposado, a lo que sería mi nuevo hábitat vi a un hombre de la raza negra con los brazos en alto amarrados a una reja de hierro y cinco guardias asestándole toletazos por todo el cuerpo.

Nunca supe los verdaderos motivos por los cuales recibía aquella tunda.

Varios meses después, me enteré que el hombre se había levantado, a sangre fría, el cuero cabelludo con un pedazo de metal afilado y mohoso.

Intentó contra su vida en varias ocasiones. Quizás consiguió la redención a través de la muerte. No lo sé.

Me trasladaron a la prisión de Agüica. Allí también fui testigo de otras escenas que no puedo borrar de mi memoria.


 

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