El desmontaje del modelo totalitario cubano adolece de una parcialidad que obliga a pensar en evoluciones sin nada que ver con un Estado de Derecho.
La primacía absoluta de la clase gobernante en el desarrollo de una apertura, que se perfila como un conjunto de medidas enfiladas a la articulación y fortalecimiento de un capitalismo bajo la égida de una plutocracia militar, es una señal de que la demorada gradualidad en las actualizaciones, no es precisamente el camino hacia la construcción de un sistema democrático.
Sin desafíos políticos de consideración en el plano interno por un lado y el determinismo de la realpolitk en los centros de poder mundial por otro, el régimen de La Habana obtiene los incentivos para llevar a cabo sus planes, dentro de los cuales no se vislumbran reformas de corte político a corto y mediano plazo.
Es muy probable que durante el próximo lustro haya un mayor relajamiento en las leyes que faciliten el desarrollo de la economía, algo que sin dudas traerá mejoras laborales y existenciales en términos relativos, sobre todo en comparación con las dificultades que se padecen en la actualidad, pero esos atributos no tendrán la visión idílica que suele dársele en amplios círculos de la población.
Las ventajas, en un escenario que seguramente continuará permeado de prohibiciones y condicionamientos, serían moderadas.
Pues el usufructo de cada uno de los derechos fundamentales no creo que esté contemplado en los programas que la nomenclatura pondrá en vigor durante una transición que amenaza con extenderse más allá del 2020.
Por tanto estaría bien adaptar las expectativas a hechos que ofrecen de manera ineludible las pautas de una continuidad por las vías que mejor convengan a los interesados.
Como se ha comprobado, el potencial aumento de las inversiones no garantiza un cambio en la génesis del poder, que en el caso cubano pasa lentamente de la figura del caudillo a la institucionalización del partido comunista.
La connivencia entre la gerontocracia y sus herederos con el capital transnacional es la plataforma sobre la cual se modela un futuro con economía de mercado y democracia pasada por los filtros del utilitarismo.
Cambiar esta ecuación es fácil solo en el ámbito de las hipótesis. ¿Cuál ha sido y es el interés de los empresarios foráneos?, ¿Cuánto le importa que en Cuba haya pluripartidismo y una sociedad civil al margen de las absolutas subordinaciones ideológicas?
Realmente esas son cuestiones marginales sobre el tablero de un juego que discurre sin grandes contratiempos.
Al cotejar los factores presentes en el ámbito que nos concierne, se coligen las desventajas de las agendas que potencian el desmantelamiento de los enfoques conservadores del régimen, sobre todo desde los diferentes nichos de una oposición, subvalorada en el mercado de la alta política.
Las expectativas de una transformación raigal del contexto que ayude a superar el aislamiento de las referidas agrupaciones y el discreto alcance de sus aspiraciones, suelen reducirse en la medida que emergen los compromisos de los jerarcas cubanos con sus pares de Europa y Estados Unidos.
A la cabeza de las prioridades están los acuerdos económicos. Del resto de los temas se discute, pero las conclusiones parecen no estar al doblar de la esquina.
O sea que el respeto a los derechos humanos dejó de ser una condición sine qua non para llegar a algún tipo de convivencia con la única dictadura de las Américas.
Eso prefigura la ya no tan conjetural prolongación de la hegemonía del partido más allá del tiempo que les quede de vida a sus fundadores.
Estabilidad política y control social parecen ser dos de las motivaciones para el apoyo de la comunidad internacional a una transición a cuenta gotas, que no precisamente desembocaría en una democracia en el amplio sentido del término.
El riesgo de que se consolide un remedo de la Rusia post Yeltsin en la Isla no es una visión fantasiosa del futuro, se trata de una de las variables del reacomodamiento del socialismo criollo a las circunstancias impuestas por la historia.
Aparte de los nuevos ricos, casi todos generales o coroneles, activos o desmovilizados, ha ido cobrando fuerza lo que tal vez sea la alternativa política que sirva para las correspondientes legitimaciones.
La llamada oposición leal, con un discurso que se desmarca de las corrientes más fundamentalistas del gobierno, la bandera del nacionalismo y sus críticas virulentas contra la oposición tradicional, se ha ganado la confianza de importantes figuras e instituciones del establishment estadounidense y también del Viejo Continente.
Formada por intelectuales, académicos y ex diplomáticos, cercanos al oficialismo, la entidad aspira a colocarse en el vórtice de los acontecimientos que irán surgiendo con el avance de las reformas.
Pese a las maniobras para eclipsar el trabajo de los líderes y activistas que durante años han luchado por transformar el sistema sin el uso de la fuerza, el sacrificio y la tenacidad demostrados son cualidades que no pasan inadvertidas, aunque estas apenas hayan podido rebasar los límites testimoniales.
En la actual encrucijada urge una valoración a profundidad de los retos y posibilidades reales de éxitos.
Seguir invirtiendo esfuerzos en la materialización de objetivos imposibles, es hacerle un flaco favor a la causa que se dice defender.
Es necesario afinar las herramientas políticas en un ambiente que se complejiza cada vez más. No hacerlo es una forma de perder la oportunidad de desempeñar un rol significativo en las presentes y venideras coyunturas.
El tiempo disponible es bien corto y los obstáculos demasiados.