Haber llegado a México vivos, tras 21 días a la deriva en el mar y además recibir el aviso de que no serán devueltos a la Isla, son dos noticias que celebran los 17 cubanos que sobrevivieron tras zarpar en una embarcación rústica hacia Estados Unidos a finales del mes de Agosto.
En el momento de partir de la ciudad de Manzanillo, ciudad ubicada en la zona oriental de Cuba, eran 32 personas.
Una falla a del motor a los dos días de haber partido provocó la muerte gradual de 15 a causa del sol, el hambre y la sed.
Pese a los riesgos es notable el aumento de las expediciones furtivas.
México, Honduras, Ecuador y Nicaragua, figuran entre los países escogidos como trampolín para ponerse al abrigo del Tío Sam.
Muchos lo logran pero otros, si no mueren en el intento o son repatriados, insisten en idear planes para cruzar la frontera México-Estadounidense.
Es una pena que este asunto permanezca fuera del interés de la prensa internacional.
Hay que tener en cuenta que desde la década del 60 del pasado siglo hasta la actualidad, decenas de miles de cubanos han intentado irse por vía marítima sobre cualquier artilugio con capacidad para flotar.
La cifra exacta de ahogados se desconoce. El gobierno nunca ha prestado atención al tema. De acuerdo a la magnitud del drama, debería publicar tan siquiera una lista parcial de los desaparecidos.
Es imposible que acceda a enfocarse en un asunto que pone en ridículo su gestión. ¿Si la revolución presuntamente creó un paraíso terrenal, entonces por qué tantas personas continúan jugándose la vida en alta mar?
Pensar en irse, sobre todo para los Estados Unidos, es parte del imaginario popular. Con esa idea, muchas veces no concretada por múltiples razones, se alivia la desesperanza.
A los cubanos le basta con soñar una fuga que culmine sin contratiempos hasta que se le presente la oportunidad de lanzarse al agua sobre un amasijo de tablas unidas con soga y alambre, si no encuentran otro medio de transporte que le garantice una travesía más segura.
Quieren ver las “maravillas del socialismo real” desde Coral Gables o la Pequeña Habana. Eso de que la actualización del modelo redundará en un salto hacia la prosperidad y la armonía es un cuento en el que nadie cree aunque no falten los aplausos.
La realidad echa por tierra el triunfalismo del régimen. Preferir ahogarse antes que continuar bajo la égida del partido único refleja un fenómeno patológico, cuya peor arista se encuentra en la cantidad de personas dispuestas a jugarse la vida.
Las tímidas reformas económicas han multiplicado las evasiones. Es decir que algo anda mal. En otras palabras, no hay perspectivas halagüeñas para el cubano promedio.
El fin es distanciarse de los cantos de sirena, borrarlos de la mente con McDonald’s y Coca Colas en Miami, Kentucky o Las Vegas.
Quedarse es una pesadilla, una frustración que muchas veces conduce al alcoholismo, a la indigencia y a la locura.