Hace poco más de una semana que Dennis Solís González se encuentra en la prisión de Valle Grande, en las afueras de La Habana. En esos predios permanecerá el tiempo que decidan los policías que ordenaron el encierro.
Desde el pasado 13 de abril se encontraban en el centro de detención conocido como el Vivac.
El asunto es que este opositor ha demostrado no tenerle miedo a las huestes del totalitarismo. Sus combates eran en cualquier calle de la capital.
En esos escenarios usaba sin ambages sus armas favoritas: su voz, una denuncia escrita o la entrega de la declaración universal de los derechos humanos a los transeúntes.
Por una de esas incursiones fue que lo prendieron bajo una lluvia de insultos y empellones.
El detonante para asumir los retos de la desobediencia civil de forma continua y temeraria fue la confiscación del bicitaxi con el que trataba de mitigar los efectos de la pobreza.
Lo sorprendente del hecho no estriba en la falta de una licencia para operar este tipo de transportes, sino en la negativa de las autoridades a concederla.
¿Qué motivos lógicos justifican la suspensión de los permisos para realizar este tipo de servicios?
¿Por qué se les impide a las personas buscarse la vida honestamente?
Por esos abusos fue que Dennis escenificó la protesta en el céntrico parque “Fe del Valle” con una pancarta y su boca tapada, implicándose también en otras donde exigía el cese de la represión y la apertura democrática.
La gota que colmó la paciencia de sus represores fue el apoyo brindado a una familia con serios problemas de vivienda y a expensas de la recurrente combinación de promesas y olvidos que los burócratas reciclan con el enmohecido instrumental de la ideología del ordeno y mando.
Fue la última protesta pública antes de lo que presume ser la antesala de otro ensañamiento del Estado contra uno de sus súbditos.
Sus familiares alegan que las autoridades del penal le comunicaron el inminente procesamiento por alteración del orden público.
Con independencia de lo dispuesto por el tribunal y los oficiales del Ministerio del Interior que hacen el libreto con las respectivas acotaciones, lo cierto es que este joven, nacido hace 27 años en una destartalada cuartería de la Habana Vieja, puede estar entre rejas por tiempo indefinido sin ser acusado formalmente. No sería el primero ni el último en enfrentar un prolongado encierro sin juicio.
Frente a las incertidumbres que crecen al amparo de la arbitrariedad, Dennis mantiene sus esperanzas en un futuro libre de exclusiones ideológicas y políticas, y de absurdas talanqueras económicas.
Es posible que el encierro multiplique su rebeldía contra el modelo que la mayoría rechaza con silencios y fugas.
En su corto desempeño como activista de la oposición ha demostrado que sus convicciones son auténticas.
Pudo domesticar sus miedos. Una conquista, todavía excepcional dentro de la geografía del castrismo.