Martes , 27 Junio 2017

Censura sin fronteras

160105173946_hong_kong_libreros_desaparecidos_624x415_afpgettyLas pistas indican que Paul Lee está en problemas. Desde el 30 de diciembre no se sabe su paradero.

Él es accionista de la librería Causeway Bay, especializada en libros críticos contra el régimen chino y con sede en Hong Kong, la región administrada por el gigante asiático desde 1997, tras el fin del control británico.

Tres empleados y el dueño de la editorial, se añaden a la lista de personas perdidas en los laberintos de la represión que el presidente Xi Jinping usa a sus antojos para atajar cualquier “exceso”, en el ejercicio de la libertad de expresión dentro de los predios de la región que funciona bajo el sistema de “un país, dos sistemas”.

No se sabe si el castigo consistirá en una advertencia, varios bofetones, una multa o la reclusión hasta el día del juicio.

Eso depende del humor de los verdugos y de la disponibilidad de los transgresores para comprometerse, seguramente tanto verbal como por escrito a no volver a pasarse de la raya.

Es imposible pensar en otros desenlaces desde la precariedad de un modelo donde se practican esos mismos métodos con el fin de proteger las unanimidades que el partido comunista exige en las tribunas, en todos los medios de comunicación, en cada centro trabajo y en los barrios y ciudadelas por medio de los Comités de Defensa de la Revolución y el resto de las organizaciones de masas.

Los censurados de Hong Kong, tal vez desconozcan que en Cuba se corren riesgos similares solo por mencionar a viva voz algunos de los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la calle o portar un cartel en el portal de la casa pidiendo que bajen los precios de los alimentos o aumenten los salarios.

Tanto aquí como allá, los intentos por zafarse de las coyundas del Estado, derivan en riesgos que finalmente conllevan a los amoldamientos circunstanciales.

Ir a la cárcel por cualquier nimiedad o recibir una golpiza por parte del “pueblo enardecido”, siempre con licencia gubernamental para desatar su furia, son cuestiones rutinarias dentro de los esquemas trazados por los que se autoproclamaron dueños del país, desde sus años mozos, con las pistolas balanceándose dentro de las cartucheras y pidiendo un voto de confianza.

La desgracia del señor Lee y los otros que desaparecieron nos toca de cerca.

Lo importante es que regresen a sus casas, aunque sea magullados y con una mueca de terror clavada en el rostro, pero convencidos de que no tendrán que comparecer ante un tribunal como paso previo a la cárcel.

¿Continuarían con las publicaciones críticas, en caso de ser liberados sin cargos?

Es difícil saberlo. Lo esencial de esta historia es la supuesta prueba de vida del señor Lee.

Según ha trascendido, sus familiares recibieron un mensaje de su puño y letra que decía:

“Estoy bien. Todo está bien. Por favor, cuiden de la librería”.

Ojala que sus colegas de infortunio hayan podido hacerlo y no solo eso, sino que lo expresado no sea el reflejo de una burda falsificación.

 


 

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