Lo único original y sorprendente de Nicolás Maduro durante la presentación de su nuevo gobierno esta semana fue el anuncio de que él y su esposa, la primera combatiente Cilia Flores, tienen una cría de 50 gallinas bajo el mando de un hermoso gallo negro. Todo lo demás, incluida la estructura del equipo de ministros, ha traído el rumor del esforzado discurso coloquial de Hugo Chávez, sus ideas básicas sobre política y una copia al carbón de los métodos castristas para enfrentar la agudización de la crisis económica que acompaña, como un ángel de la guarda, al populismo.
La alusión al eficaz gallinero presidencial se ha producido, precisamente, en el momento en el que el dirigente daba a conocer la creación del Ministerio de la Agricultura Urbana, una copia fiel del que se instaló en Cuba en los años 90 durante el llamado Periodo Especial, cuando el régimen perdió la tubería de ayuda soviética.
Sería bueno que los venezolanos supieran que, a pesar de que muchos cubanos se pusieron criar pollos en las salas de sus casas, cerdos en las azoteas, vacas en los patios y a sembrar lechugas y tomates en los canteros del balcón, la libreta racionamiento sigue vigente y las mesas vacías.
Ese ministerio, que pretende dejar en las manos de las familias, las comunidades y los centros de trabajo la producción de una parte de las carnes, las viandas y las hortalizas de la población; es, en realidad, el reconocimiento de una realidad: ese sistema, con la omnipresencia del Estado, su intromisión, y el afán de controlar el capital privado y el comercio, arruina la producción agrícola y pone telaraña en los estantes.
En la puesta en escena de la promoción de los flamantes 34 ministros, donde aparecen nueve militares tal y como enseñó Chávez, también se percibe un soplo de aire habanero. Ahí están, junto a los fieles compadres, un grupo de jóvenes como garantía de que esta vez sí se ha llegado la renovación verdadera, a pesar de que su selección se deba más a su lealtad al chavismo radical que a la edad y la formación universitaria.
Los diputados de la oposición en la Asamblea Nacional son los protagonistas de un momento crucial de la historia de Venezuela, y tienen que enfrentarse a ese peligroso esperpento. Es un aparato gigantesco y torpe pero armado, que encarna la ambición de los caudillos populistas, unos personajes convencidos de que vinieron al mundo a gobernar. Aunque haya que tener un gallinero.
Tomado de: el mundo.es