Al final, parece que después de tantos años –más de medio siglo– de propaganda comunista, algunos líderes y dirigentes de países considerados emblemas de la libertad y la democracia se creen o les conviene hacer creer que Cuba es la nación dibujada por los medios oficiales de la isla y la vida de los cubanos es la que cuentan en sus discursos los léperos y empecinados mandamases del régimen.
Según esas dos fuentes sospechosas allá la vida es bella. Y las familias son felices, unidas, apacibles, libres, cultas, bien alimentadas y tienen un sueño común que bendice las noches: un porvenir luminoso que deberá diseñar un nuevo descendiente de la misma familia que ya diseñó el pasado de varias generaciones.
Sí, los representantes de las grandes democracias del mundo han terminado por aceptar esa realidad, aunque si la prensa libre les hace alguna pregunta sin anestesia, pueden llegar a reconocer, a regañadientes, pequeños problemas con el respeto a los derechos humanos y la soberanía individual que “tendrán su espacio” en las conversaciones donde se firman los papeles de la luna de miel.
Por lo que se ve y el entusiasmo que demuestran por acercarse a negociar, los jerarcas de la vieja Europa, con toda su experiencia y por eso mismo, se han creído el cuento de la buena pipa y se relacionan con sus colegas caribeños con respeto, cercanías, familiaridad como si los cubanos fueran políticos electos en comicios libres y no el pelotón de mando de una dictadura militar.
En ese cuento edulcorado no aparece la Cuba verdadera que, desde luego, es el escenario de las golpizas de la policía a las Damas de Blanco en los últimos 97 domingos que han pasado por el almanaque, ni se ven las caras del centenar de presos políticos que padecen en las celdas de castigo o los allanamientos de las casas con robos y de equipos y dinero de los activistas de la oposición. Los grandes demócratas europeos no deben saber nada de los periodistas y los blogueros perseguidos de San Antonio a Maisí. Ni de la prohibición de los partidos políticos.
No entra la familia dividida, ni la libreta de racionamiento impuesta desde 1963, los estudiantes expulsados de la universidad porque no son fieles a las ideas de los jefes, ni el miedo a opinar en público porque tienes que ir a hacer la reflexión a un calabozo.
Bruno Rodríguez, el canciller del castrismo, acaba de visitar España, donde lo recibió fraternalmente todo el mundo con buena música y buen vino. En nombre de Raúl Castro invitó al rey Felipe VI y al presidente Mariano Rajoy a visitar la Cuba del periódico Granma y las peroratas comunistas. Ellos anunciaron que van.
A pesar de que nadie la viste la real es la otra.