El desaire de Raúl Castro al canciller español José Manuel García-Margallo en su reciente viaje a La Habana, envía una mala señal en relación al diálogo con la Unión Europea (UE) que tendrá lugar en la capital de la isla, en enero próximo, y donde se abordarán por primera vez temas relacionados con la situación de los derechos humanos en Cuba.
Aunque se preveía un encuentro entre ambos, el dictador decidió quedarse en su despacho.
Definitivamente, el clima de confianza para el avance de las negociaciones entre las partes, dígase España o la UE, aún está por establecerse.
Más allá de cambios puntuales en el sector económico, no se avizora que vayan a haber movimientos notables en áreas de gran sensibilidad para el régimen de la Isla.
La cuestión de los presos políticos y el cese del acoso, a menudo violento, contra los activistas prodemocráticos, serán asuntos para los cuales difícilmente existan respuestas concluyentes, mucho menos en las primeras etapas de una negociación, con enormes riesgos de estancarse, debido a la habitual tozudez de la élite de poder que gobierna en Cuba.
Vislumbrar soluciones de consideración, a corto plazo, es una utopía. Basta observar el comportamiento de las fuerzas represivas para no hacerse demasiadas ilusiones.
Las soluciones, si es que las hay, deben ser a cuentagotas y siempre a la búsqueda del mayor beneficio posible en términos políticos o mediáticos.
La apuesta de la nomenclatura es y será prevalecer a toda costa y para ello necesita el constante uso de la fuerza.
En el paquete que deben tener listo para ofrecerlo como un gesto de “buena voluntad”, puede que haya indultos y cierta moderación, sin dudas coyuntural, a la hora de aplicar las medidas punitivas.
A fin de cuentas, Raúl Castro y su camarilla cuentan con los suficientes niveles de tolerancia en la arena internacional.
Mientras disminuyen las críticas en su contra, aumentan los elogios. Hasta el New York Times tiene una plaza en la comparsa que clama por el fin del embargo, calla los excesos de la policía política y se brinda para darle legitimidad a una insuficiente apertura económica.
La visita de García-Margallo es parte de una estrategia cuyo soporte principal es la inversión económica en la Isla. Eso sí, para que sea funcional es necesario que el general-presidente autorice un nuevo módulo de reformas más ambiciosas y haga cumplir, sin remilgos, las decretadas con anterioridad.
A juzgar por su actitud, no parece que Raúl Castro le haya agradado la visita del alto funcionario ibérico.
Haber instando a la dictadura a ratificar los pactos internacionales de derechos civiles y políticos, así como los económicos, sociales y culturales fue, sin dudas, uno de los motivos para el desplante.
A ello se une la conferencia en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) sobre la transición del franquismo a la democracia, la exhortación a aplicar el convenio 87 de la organización internacional del Trabajo sobre libertad sindical y las demandas relacionadas con el cumplimiento de los acuerdos entre ambos gobiernos y la Iglesia Católica, por medio de los cuales fueron excarcelados alrededor de 130 presos políticos, en el 2010, y enviados a España.
En síntesis el viaje de García-Margallo a Cuba fue bastante equilibrado. Estuvo lejos de ser un espaldarazo al partido de gobierno. El desplante de Raúl Castro confirma este punto de vista.