Para el cubano promedio dirimir cualquier problema a puñetazos o cuchilladas es pura rutina.
Ese es el lenguaje común de una sociedad que involuciona día tras día. Los daños antropológicos y culturales causados por las políticas gubernamentales son el caldo de cultivo para que la violencia verbal y física se haya extendido por todo el país sin distinción de razas, origen social, sexo y nivel de escolaridad.
La continuidad y profundización de la crisis económica, el voluntarismo, la estandarización de la doble moral y la preeminencia del discurso exclusivista de la élite de poder, figuran entre las causas del incremento de este fenómeno.
Ver la sangre correr es parte del morbo que acompaña el hecho de vivir al límite.
Una discusión trivial puede desembocar fácilmente en un aquelarre. El interior de un ómnibus atestado o la sala de urgencia de un hospital se cuentan entre los escenarios propicios para que el odio alcance sus máximas expresiones en cuestión de segundos.
El peligro está en cualquier lugar. Basta un malentendido y que uno de los contendientes se disponga a usar sus peores instintos.
Otro de los estímulos para el auge de la incivilidad en Cuba, está en las respuestas del régimen contra los activistas prodemocráticos.
Los actos de repudio que incluyen, empellones, palizas y obscenidades son dirigidos por la policía política.
Después de apolismar a las víctimas en plena vía pública, las turbas son felicitadas por sus patrocinadores.
Este tipo de violencia responde a un patrón revolucionario, inaugurado por Fidel, Raúl Castro y Ernesto Guevara desde que asumieron el poder.
Eliminar, en el sentido literal del término, a las voces críticas ha sido una constante en los casi 56 años de socialismo cuartelero.
El reciente apuñalamiento de cinco integrantes del grupo opositor Frente Antitotalitario Unido (FANTU), en la ciudad de Santa Clara, por parte de un simpatizante que, según versiones, fue manipulado por agentes de la Seguridad del Estado, es otro reflejo de la descomposición social, además de erigirse como un indicador del peligro de que la marea de la violencia se desborde.
José Alberto Botell Cárdenas, el hombre que interrumpió la reunión de la agrupación contestataria con el cuchillo en la mano, es un exponente de la tipología humana que más abunda en la Cuba actual.
Ser violento responde a la interacción con un entorno decadente. Nadie nace con la idea de matar, salvo los depredadores que habitan en la jungla.
Ante esta realidad, recuerdo una de las delirantes afirmaciones de Fidel Castro cuando dijo que Cuba estaba muy cerca de constituirse en uno de los países más cultos del mundo.
Como la historia ha demostrado con creces, el comandante volvió a fallar en sus cálculos. La barbarie llegó a la mayor de las Antillas para quedarse. ¿Es el exponencial aumento de la violencia ciudadana un adelanto del fin del castrismo?
Sin dudas que sí.
Lo peor está en el futuro. Rescatar los valores y las buenas costumbres será un desafío que consumirá como mínimo unos 15 o 20 años, después del desmantelamiento del actual sistema.