Martes , 27 Junio 2017
Una foto para Alcides Pérez

Una foto para Alcides Pérez

En el enorme inventario de agresiones a la población a lo largo de más de medio siglo, que incluye asesinatos, cárceles y campañas de persecución y acoso, el régimen tiene en su expediente un crimen que pertenece exclusivamente al universo de la espiritualidad: la división y la dispersión de la familia.

Se sabe que la mayoría de los cubanos que han tenido que abandonar su país vive en el sur de la Florida y que en ese territorio nacieron y crecen varias generaciones de sus descendientes. Tanto es así que esa colonia de raíces afianzadas en la isla ha hecho un aporte original y asombroso a la siempre exacta demografía y al tolerante idioma español con la expresión cubano de Miami.

Hay una presencia importante de grupos de criollos también en España, Puerto Rico, México y Santo Domingo, por ejemplo, pero la llamada otra Cuba se asocia en todo el mundo con la franja de tierra miamense que los cubanos contribuyeron a hacer crecer, a desarrollarse y a progresar.

Así es que esa realidad de vivir con una parte de la familia bajo la dictadura castrista y la otra libre en Miami o en Madrid o en San Juan, es parte de la realidad de los cubanos, aunque ahora los encuentros familiares suelen más frecuentes porque, atenazado por sus crisis económica, el gobierno ha atenuado las restricciones de los viajes a la isla.

Vivir lejos de alguien importante de la familia es un drama cotidiano que se asume con altura, paciencia y una esperanza de reencuentro definitivo que no se llega a perder nunca.

Como establece la filosofía de los cubanos, el asunto se percibe a veces con un poco de sentido del humor. De modo que entra de pronto en las conversaciones un supuesto habanero que doma potros salvajes en Ulán Bator, un profesor de historia de Camagüey que trabaja como corista en un club en Estocolmo o de un guajiro de Consolación que vende cascos de guayaba en Londres.

La verdad es que muchos autores cubanos han tratado el tema en los últimos años. Y es cierto, además, que volverá una y otra vez a la literatura porque, ya sea dentro de la geografía de la isla o fuera de ella, se trata de un asunto que invade hasta los sueños.

De todas las piezas que he leído sobre esa división familiar me gusta recordar unos versos del poeta Rafael Alcides Pérez (Bayamo, 1933), que vive insiliado en La Habana, en medio de la soledad de un centerfil, como un fantasma que nadie ve ni quiere ver, escribiendo una novela que no se publicará en Cuba hasta que no pueda producir también la reunificación de la familia.

El poema está firmado en el verano del 2009 y se lo dirige a un hijo que vive fuera de Cuba: “somos exiliados. Todos/ Los que se fueron/y los que se quedaron. / Y no hay, no hay/ palabras en la lengua/ ni película/ para hacer la acusación: / millones de seres mutilados/ intercambiando besos, recuerdos y suspiros / por encima del mar. / Telefonea, / hijo. Escribe. / Mándame una foto”.


 

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