Martes , 27 Junio 2017
Turismo norteamericano: ¿agente de cambio?

Turismo norteamericano: ¿agente de cambio?

Al margen de las restricciones existentes, crece el número de turistas estadounidenses que vienen a tomarse un mojito entre las ruinas del socialismo o en los oasis capitalistas que se han creado con la venia de Fidel y Raúl Castro.

El presidente Barack Obama les dio las coordenadas el 17 de diciembre de 2014, cuando anunció públicamente su decisión de bajarle el tono a la confrontación y fomentar vías para el entendimiento con los máximos representantes de la única dictadura de las Américas.

Ya existe una propuesta bipartidista para derribar lo que queda del muro de las prohibiciones. Parece que la iniciativa va a progresar, más allá de las acciones de sus detractores.

Los legisladores que defienden el derecho a viajar libremente, tal y como se consigna en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no entienden por qué a los ciudadanos que representan se les niega la posibilidad de elegir a Cuba como destino.

Hace unos días el New York Times se hizo eco de los esfuerzos por ponerle fin a las limitaciones, mediante un editorial donde cuestionaba la excepcionalidad de Cuba.

Como fundamento de los puntos de vista, traía a colación la posibilidad de los norteamericanos de sacar un pasaje de avión rumbo a Jartum, Teherán, Damasco y Pyongyang, capitales de países gobernados por crueles tiranías.

Las medidas que impiden las visitas a la Isla, salvo que se obtenga el permiso de las entidades afines, son difíciles de sostener de la perspectiva que el diario neoyorquino editorializó.

Si bien no hay garantías de que desaparezcan todos los obstáculos, durante el mandato de Obama, es factible que se aprueben medidas que contribuyan a un mayor relajamiento en el otorgamiento de los permisos.

En relación al tema, valdría la pena preguntarse: ¿una imparable avalancha de turistas estadounidenses ayudaría al pueblo cubano a zafarse las cadenas del totalitarismo?

Las tesis que avalan el crecimiento exponencial de viajeros procedentes de esta parte del mundo como uno de los hechos que obligarían al partido único a extender el rango de las concesiones,  hay que forrarlas con un manto de dudas.

Ese remedio que preconizan politólogos y economistas, incluso con las mejores intenciones, podría convertirse en uno de los pilares de la élite y sus herederos para la conservación de sus privilegios.

El capitalismo de Estado no es una sombra pasajera. Es una intención en vías de cristalizarse gracias a la homologación de los intereses de los hombres de negocios que vengan a invertir en algún rubro de la economía, los turistas adinerados prestos a tostarse la piel y darle rienda suelta a otros deleites, y los de una burguesía nacional que todavía anda con los ropones de la humildad, las caretas del sacrificio y varias agendas con polillas y garabatos de Marx y Lenin.

La democracia estorba en esta nueva estructura que modelan los mandamases criollos “sin prisa, pero sin pausa”.

Como van las cosas, la probabilidad de la instauración de un Estado de Derecho en Cuba es más utópica que la cristianización de los ayatolás iraníes.

Las ambiciones inmediatas de Occidente y que pudieran ser las únicas posibles, se centran en la cooperación económica.

En los diálogos con los negociadores de Estados Unidos y la Unión Europea, el controvertido tema de los derechos civiles y políticos en Cuba aparece, pero como un breve destello en la penumbra.

Si los políticos de Washington y Bruselas eluden tratar a profundidad esos tópicos, aunque se empeñen en demostrar lo contrario. ¿Qué nivel de importancia pudieran tener para los turistas foráneos, sean norteamericanos o del Viejo continente?

 

 

 

 

 


 

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