Nada menos que el jefe de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, al reunir en el Vaticano para una plegaria al presidente israelí Shimon Péres y al líder palestino Mahmud Abbas, les instó a “derribar los muros de la enemistad”, según reseñó el diario miamense el Nuevo Herald en su edición del lunes 9 de junio de 2014.
“Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones”, concluyó el Sumo Pontífice.
En ese mismo momento, en Cuba, un jurista graduado en la “universidad sólo para los revolucionarios”, nombrado Julio Cesar Guanche, daba los últimos toques a un mensaje de signo contrario.
Este “hombre de leyes” da continuidad a un enfoque ya presentado por Roberto Veiga y Lenier González, donde éstos abordan el raro concepto de “oposición leal” en un lenguaje marcadamente cantisflesco, bajo el título Nacionalismo y lealtad: un desafío civilizatorio.
En una reseña de la Redacción IPS Cuba titulada Intelectual aboga por más participación en la política, -título que distorsiona totalmente el mensaje explícito del texto “La lealtad es un bien escaso”- Guanche afirma que “es leal interactuar con el adversario (el que disputa poder dentro de un marco de valores compartidos) y contener, por la fuerza si es necesario, al enemigo, el que sirve al “cambio de régimen”
Este texto, publicado en el último suplemento de la revista digital Espacio Laical, del Consejo Arquidiocesano de Laicos de La Habana, parece haber sido redactado por un descendiente directo de Tomás de Torquemada, al atribuirse el derecho de condenar a su arbitrio a los herejes de estos tiempos.
Llama la atención esta conjunción entre el derecho y la iglesia para santificar la represión de la diferencia, satanizada bajo el estigma de “enemigo”. Expresar con franqueza la necesidad de un “cambio de régimen” para Cuba significa, según nuestro insigne jurista, el peor de los crímenes que pueda cometerse, y cuya única expiación tendría que ser la hoguera “revolucionaria”.
Valdría le pena preguntarse quiénes serían, -siempre según el parecer de nuestro ilustre jurista- los primeros herejes en pagar con sus vidas la osadía de demandar, pacíficamente, una realidad distinta de la que el pueblo cubano ha vivido durante los últimos cincuenta y cinco años.
Esta curiosidad se asienta en el hecho de haberme tocado promover el Proyecto Cuba EXIGE, espacio informático donde hasta el momento cerca de 1 400 personas de la isla nos hemos juntado para demandar los verdaderos cambios que, a nuestro juicio, Cuba requiere a la mayor brevedad. La interrogante se refuerza en que entre febrero y mayo se hicieron patente varios intentos por obsequiarme una curiosa gira turística por el oriente cubano, a bordo de un vehículo similar al que transportaba a Oswaldo Paya y Harold Cepero en aquel aciago julio de 2012, obsequio que no acepté pese a venir de un cuerpo tan pundonoroso como la Seguridad del Estado cubana; súmese cuatro amenazas de muerte proferidas por los oficiales supuestamente nombrados Elpidio Valdés, Diego, Volodia y otro no identificado.
Por último, sobre qué base jurídica se calificaría la condición de “adversario” o “enemigo”, y quien merecería ser nombrado Primer Gran Inquisidor de Cuba, ¿nuestro ínclito Julio Cesar Guanche?
Ideas desordenadas, frases comunes
Parece inconcebible que tan desembozado llamamiento a la transgresión de la ley venga precisamente de quien debiera ser, por vocación y oficio, su más consagrado defensor.
Cuando se apela al uso de la fuerza es porque se ha perdido la batalla ideológica.
Cuando se ha perdido la fuerza de la razón, es normal –aunque no moral- apelar a la razón de la fuerza.
Cómo puede pretenderse un estado de derecho cuando desde los propios veladores del ordenamiento jurídico se convoca y santifica el uso de la violencia por razones ideológicas y de ejercicio de los derechos civiles universalmente reconocidos.
Cómo alguien mínimamente coherente pudiera pretender que se tome en serio la voluntad de cambio de una sociedad a partir de la conveniente eliminación del anacrónico Permiso de Salida, mientras por otro lado da saltos en el tiempo hasta desembocar en los más oscuros momentos de la historia.
Guanche admite desde el título de su texto que una verdadera lealtad al régimen de los hermanos Castro apenas existe en Cuba.
Cómo explicaría este Sr su llamado a un holocausto, de corte nítidamente fascista, sesenta y ocho años después del proceso de Núremberg.
En Ruanda también fueron esgrimidos argumentos de esta naturaleza para justificar el espanto; Nerón no careció de razones para atormentar a los cristianos.
¿El sr Guanche se verá a sí mismo como Catalino de La Habana y a nosotros como hugonotes caribeños?
A tenor de la peculiar etimología del Sr Guanche, adversario es solo quien “comparte valores” con quienes detentan el poder, o al menos es lo que podría entenderse; quien objete la legitimidad del “nuevo orden” es enemigo, y debe ser eliminado.
Parece no haber percibido que por muy feudal que sea el régimen que defiende, y pese a la indiferencia del mundo, el Medioevo –aunque no la violencia y la crueldad- está ya muy lejos en el tiempo.
Hablando de tiempos idos, La historia me Absolverá argumenta la necesidad de cambiar, “por la fuerza si es necesario”, al régimen que se torne despótico, y despótico es todo régimen que para mantenerse necesite convocar, con la complicidad de la religión y el derecho, al uso de la fuerza “si es necesario”