Hace unos días que en el diario Granma se despejaron las dudas sobre la posible aparición de matices en el tono del discurso gubernamental con respecto a la próxima visita del presidente norteamericano a la Isla.
El énfasis en los ejes de la confrontación denota las esencias del radicalismo que continúa permeando la mentalidad de quienes en Cuba detentan el poder real.
En el editorial no hubo espacios para la moderación.
La apuesta fue por atizar la controversia con el conocido pliego de demandas sin comprometerse a reciprocarlas.
El castrismo volvió a mostrar su oposición al desmontaje integral de sus estructuras. Sus principales administradores insisten en perpetuar el modelo con puntuales arreglos y adaptaciones.
Las asociaciones con el capital, tanto las concretadas como las potenciales, de acuerdo al punto de vista de la nomenclatura insular, no pueden incidir negativamente en la preeminencia del partido único ni el desempeño de las instituciones estatales que controlan la sociedad en su conjunto.
Ese es el mensaje que llegó desde el órgano oficial del partido comunista y que se interpreta como la reafirmación del canon establecido por Fidel y Raúl Castro desde su victoria militar sobre el régimen de Fulgencio Batista en enero de 1959.
Por lo tanto, Estados Unidos seguirá en el guión como el personaje malvado al que hay que rechazar.
Es inútil esperar cambios de envergadura en este sentido. Se trata de una necesidad histórica y política.
Los hechos han demostrado que sin la coartada del enemigo externo no hubiese existido una dictadura en la mayor de las Antillas que se aproxima a sus 6 décadas de existencia.
En el conflicto permanente con la superpotencia, en este caso más retórico que real, es que se asienta la legitimidad de una élite corrupta e identificada con el uso de la fuerza para conservar hábitos tan alejados de los manuales marxistas leninistas y tan afines a los placeres de la alta burguesía del primer mundo.
El sistema socialista criollo que fijó residencia permanente en los dominios del neoestalinismo, desde que sus patrocinadores lideraron la Ofensiva Revolucionaria, en 1968, con la desaparición forzosa de los reductos capitalistas y el acrecentamiento de la represión, no va cambiar de la noche a la mañana.
A través de lo publicado en el principal periódico del país queda claro que la mayor parte de las reformas que demandan las circunstancias seguirán postergándose y los castigos por modificar los límites de la tolerancia que el Ministerio del Interior establece de acuerdo a sus antojos, como de costumbre, se aplicarán con todo rigor.
Raúl Castro y sus más cercanos colaboradores prefieren la tirantez, aunque de vez en vez aparenten lo contrario.
El fantasma del enemigo externo vuelve a emerger como la figura primordial dentro de un argumento que se concibió bajo la sombra del populismo, las unanimidades y las marchas de reafirmación revolucionaria.
Por desgracia, reaparece ahora en una página del Granma para dinamitar las esperanzas en un aceleramiento de la distensión que conlleve a un arreglo duradero entre las partes.
Es cierto que la completa normalización de las relaciones no garantiza el retorno de un ambiente de respeto hacia el usufructo de las libertades fundamentales, pero traería algunos alivios para el cubano de a pie.
Los mandamases cubanos afilan el hacha de la guerra sin disimulos. La paz con el enemigo histórico no encaja en su filosofía.
Sin esos antagonismos quedarían al desnudo sus recurrentes torpezas, así como la notable capacidad para producir ruinas y esparcir la semilla de la desesperanza y el miedo por todo el territorio nacional.