En los dominios del totalitarismo tropical es una especialidad que por estos días ha tomado fuerza y que apunta a continuar repitiéndose, por lo menos mientras Raúl Castro sea el comandante en Jefe, secretario general del partido único y presidente vitalicio, aunque se retire del cargo en el 2018, tal y como lo anunció hace algunos años.
Los cuatreros a los que me refiero son los que entran en las casas sin capuchas y como un tromba para llevarse cualquier cosa, incluso notas personales, libros y hasta un testamento.
El hecho de ser tan específico en los detalles se debe a la lectura de los sucesos acaecidos, la semana pasada, en la vivienda habitada por Celina Osoria Claro, representante de las Damas de Blanco en la ciudad de Guantánamo, su esposo Bartolo Cantillo Romero, activista de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) y sus dos hijas menores de edad.
El saldo parcial de la incursión perpetrada a las cuatro de la madrugada por un grupo de policías, de acuerdo a la denuncia del opositor Yoannis Beltrán Gamboa, fue la rotura del televisor y la apropiación forzosa de un DVD, una computadora, las propiedades de la vivienda, el testamento de una finca a favor de una de las hijas del matrimonio por uno de sus abuelos, ya fallecido, además de varios CD, tres memorias flash, tres teléfonos móviles y un busto del prócer nacional, José Martí, entre otros artículos que utilizan en sus actividades contestatarias.
Según la nota publicada, el asalto incluyó golpes y el arresto hasta altas horas de noches en la unidad de Delitos contra la Seguridad del Estado.
El colofón de este nuevo acto de impunidad fue una multa de 500 pesos (alrededor de 25 dólares) y la advertencia de que no habría devolución de ninguno de los materiales incautados.
Lo más lamentable del hecho sobrepasa la aflicción de esta familia comprometida con la lucha pacífica porque Cuba deje de ser una dictadura.
El tema es que quedan abiertas las posibilidades para que otras personas vinculadas al movimiento prodemocrático enfrenten el allanamiento, la violencia física y el decomiso de todo lo que aparezca en los registros policiales como material subversivo.
Por otro lado, está la fugacidad del interés mundial, si es que lo hay, por episodios de escaso impacto mediático, debido a su carácter rutinario, la ausencia de bajas mortales, el hecho de llevarse a cabo de forma aislada y no contar con el apoyo de grandes sectores de la población a causa del miedo a enfrentarse a la aceitada maquinaria represiva.
La tendencia a minimizar la importancia de estos incidentes, también tiene que ver con determinaciones geopolíticas, a todas luces, invariables y que apuestan por el cambio a largo plazo.
Dentro de ese esquema, los represores pueden seguir actuando a sus anchas, siempre cuidándose de los excesos. Basta un análisis somero de la situación para darse cuenta de que es así.
Frente a una realidad tan compleja es pertinente aumentar el volumen a las reivindicaciones y a las denuncias con la fe de poder menguar en alguna medida el despiste y las componendas que se tejen bajo el paraguas de la realpolitik.