Nadie es una isla… la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
John Donne
La mayoría de las personas son indiferentes al sufrimiento, fracasos y los pesares de los otros, hasta que una parte de esa pena le toca y entonces se percata que nada humano es ajeno y que lo menos ajeno de todo, es la pérdida de las libertades, de los derechos, e inclusive de la vida.
La pena es que muchos se percatan de esa realidad demasiado tarde. Cuando no resta tiempo ni posibilidad de enfrentar con posibilidades de éxito a quienes disfrutan exterminando con cualquier pretexto a sus semejantes.
En el mundo de hoy hay muchas campanas doblando. Guerras cruentas, fanatismos religiosos o políticos, desplazamientos de personas, represión gubernamental y terrorismo de estado o de organizaciones que solo conciben la violencia extrema para poder hacer realidad sus utopías, como ocurrió con el periodista James Foley, brutalmente asesinado por el llamado Estado Islámico.
Es mucho el redoblar y tan estruendosas las campanadas, que es necesario esforzarse para identificar entre todas las notas aquellas que producen un mayor pesar a quien es capaz de escucharlas.
Por ejemplo cuando en Cuba se estableció el régimen totalitario de los Castro y paulatinamente los cubanos fueron encerrados en la Granja de Georges Orwell, una ínfima minoría escuchó las campanadas, incluyendo los que habitaban el templo donde estaba el campanario.
Silencio cómplice ante los atropellos y abusos de autoridad. Confiscaciones y robos. Silencio más profundo ante los muertos y presos. Fin de la libertad de expresión e información. Desplazamientos forzosos de miles de personas, pero lo menos comprensible fue la cantidad de campaneros que en el hemisferio colaboraron con el sacristán cubano para que en sus países se escucharan las mismas notas fúnebres que cubrían la isla.
Fueron muchos los sordos en Cuba y fuera de ella. Se pudiera decir que sobraron quienes estaban dispuestos a halar las sogas para que el tañer fuera más fuerte y despiadado.
Algo similar ocurrió cuando el mismo sacristán llegó a Venezuela para tocar con furia las campanas de ese país. El tañer es fuerte, la violencia también ha terminado con la vida de muchas personas y al igual que en Cuba los derechos ciudadanos son conculcados de forma permanente y sistemática.
Cierto que ese repicar fúnebre también escandaliza en Nicaragua, Bolivia y Ecuador y otros países, por eso es tiempo de prestar atención a esos pueblos, porque aunque no repiquen ensordecedoramente, se aprestan para hacerlo.
Las campanas que suenan en Venezuela también son poco escuchadas, pero vale la pena destacar una diferencia entre los que no quieren escuchar uno u otro tañer, aunque el resultado sea el mismo.
En Cuba el ruido no llega a quienes por compromisos ideológicos, temor al chantaje político o como consecuencia de amenazas, prefieren no escuchar y menos ver; en Venezuela, simplemente la sordera es por razones económicas.
Hugo Chávez en su momento, Nicolás Maduro en el presente, simplemente compran conciencias. Las riquezas venezolanas han seducido cómplices en gobiernos, empresas y organismos internacionales.
Los cubanos y los venezolanos que escucharon las campanas pagaron caro su sensibilidad, y lo peor, hay quienes todavía siguen pagando el precio por cumplir con sus convicciones, y es a dos de ellos a quienes está dedicado este llamado de conciencia que debe superar el tañido de las campanas.
El comisario venezolano Iván Simonovis cumple una sentencia de 30 años de cárcel acusado por dos de las 19 muertes que ocurrieron durante el golpe contra el gobierno chavista en el 2002.
Simonovis está muy enfermo. Ha cumplido casi diez años encarcelado. La mejor demostración de su inocencia es cómo funcionan los tribunales de justicia de Venezuela.
Simonovis y sus compañeros de causa que también guardan prisión, fueron juzgados por jueces partidarios del gobierno y hasta un comisario encargado de la investigación declaró que no encontraron pruebas que sostuvieran las acusaciones contra los procesados.
En Cuba, aunque por otros motivos, pero igualmente por cumplir con su deber como ciudadano, está encarcelado, junto a otros muchos, Armando Sosa Fortuny.
Este hombre, quien también se encuentra enfermo, fue a prisión por primera vez en 1960. Enfrentó a la dictadura de los Castro con las armas en las manos y permaneció 18 años en la cárcel. En 1996 de nuevo fue condenado por iguales motivos, por lo que ha estado encarcelado treinta y seis años, más de la mitad de lo que ha vivido.
Las campanas están sonando por ellos y por muchos como ellos, la solidaridad es mandataria. ¿Por qué esperar a que repiquen por todos, por nosotros?