El Centro Comercial “Plaza de Carlos III”, es uno de los más grandes de su tipo en la capital, en él se venden diferentes productos: alimentos, ropa, artículos del hogar, ferretería, misceláneas, etc. Está ubicado en la Avenida de Carlos III, rebautizada con el nombre de Salvador Allende; y que cuando se inauguró en 1836 se llamó Paseo de Tacón.
Esta calle en el centro de la Habana, colinda con otras muchas que también son importantes avenidas, como Reina, Belascoaín, Ayestarán e Infanta; y además del mercado se pueden ver edificios como el de la Sociedad Económica de Amigos del País, la Escuela de Veterinaria y la Gran Logia Masónica. En su época conectó estas calles con el Castillo del Príncipe.
Desde hace ya más de dos semanas, la zona está llena de policías, en particular todas las calles alrededor del Centro Comercial. El parqueo quedó prohibido y han desaparecido de la circulación las decenas de vendedores del mercado negro que ofrecían afuera lo mismo que se suponía hubiera en la tienda, pero que en realidad no se conseguía comprar dentro.
Cualquiera que necesitara adquirir artículos de ferretería, y no le fuera posible encontrarlo en el establecimiento comercial, podía dirigirse a cualquiera de los revendedores del mercado subterráneo, que hasta se lo ponen en la puerta de la casa. Era una completa red que incluía el servicio a domicilio.
Lo que pasa es que nadie cree que con el operativo que se ha desplegado en estos días se resuelva el problema del desabastecimiento en esta “shopping”. Y es que ya se va haciendo costumbre una y otra actuación como esta, con un gran despliegue policial, que limita durante algún tiempo las negociaciones, pero que es imposible de sostener por parte de la Policía.
Uno de los grandes errores del régimen, es que piensa que con represión se pueden solucionar los problemas; si bien es cierto que desde el punto de vista de las situaciones políticas han tenido algunos éxitos, en lo que se refiere a las trabas sociales los resultados no han tenido gran alcance y además no se han podido apuntalar.
Y es que durante muchos años se enseñó a este pueblo a no trabajar; pero además ve los ejemplos de los que están dirigiendo, de sus hijos, de sus nietos, en general de su familia y es como si se les inyectara una dosis de “vagancia”, por lo que en general la sociedad está muy corrompida y sobre todo los jóvenes.
Esta historia que quiero contar, para mí muy triste por cierto, me ha hecho pensar que la situación social es peor de lo que yo he imaginado y se queda muy por debajo de lo que acostumbro a explicar a los que quieren saber de Cuba.
Estaba en la tienda de Carlos III y caminando por el pasillo lateral que es donde se encuentran los “carritos” para montar y distraer los niños; un padre -con su hijo cargado en brazos- que estaba estacionado de pie, junto a una mesa de la cafetería, permitió que el infante, me diera dos piñazos seguidos en la cara, que me tomaron de sorpresa total, porque el muchachito tendría solo 3 años y era portador en esos momentos, de una gran ira, contra cualquiera.
Los golpes hicieron que perdiera mi lente de contacto izquierdo y cuando reaccioné la criatura me gritaba una gran cantidad de obscenidades, diría mejor palabrotas, por lo que el padre le tapaba la boca con la mano, pero no dejaba de sonreír, porque al parecer consideraba una gracia lo que el muchachito estaba diciendo.
Me detuve un momento y él se acercó y le dijo de forma muy fuerte, pídele perdón a la señora; pero el niño no reaccionaba, su única preocupación era que lo dejaran de nuevo beber de la cerveza que tenía el padre sobre la mesa.
Ni corta ni perezosa le dije al joven: “Aquí no es donde le tienen que enseñar al niño buenos modales, es en la casa y no deben permitirle decir esa cantidad de malas palabras, que seguro repite porque las oye”. Él agachó la cabeza y volvió a su mesa, pero no dejó en ningún momento de darle su poquito de cerveza, para seguir estimulando la violencia que le despertaba al infeliz.
Estuve tentada de retratarlos, pero no lo hice porque me parecía igual que tomar una foto desnuda de alguien y es que la situación no fue más que una forma de despojo de la vida que tiene esa criatura en su casa.
Recordé enseguida las últimas noticias de internet, con videos de niños de uniforme bailando como si tuvieran sexo; la historia de violación infantil de La Cuevita, que conocía antes de verla publicada; los jóvenes teniendo sexo en el boulevard de San Rafael; el hombre desnudo actitudes depravadas en el aeropuerto; en fin una sucesión de problemas sociales que permiten evaluar lo que pasa en el país, ya que no son situaciones aisladas.
Sentí mucho dolor de constatar que la policía se desgasta alrededor del centro comercial con operativos contra los que venden en bolsa negra; que estaban los empleados mirando y que incluso los custodios de la tienda merodeaban el lugar y ¡nadie! ¡pero nadie!, pudo detener a ese hombre que se supone sea un padre, para que no le siguiera envenenando la sangre a su pequeño hijo con alcohol.
Quizás el lector pensará que yo pude haber hecho la denuncia, pero ese camino lo he transitado en varias ocasiones sin ningún resultado; solo me trae como consecuencias esperar horas en un cuarto en la Unidad de la Policía que corresponda, para que bajen las orientaciones sobre qué hacer; al final el esfuerzo es en vano, porque nada que provenga de un disidente es tomado en consideración, somos ciudadanos multiplicados por cero.
Me pregunto: ¿Qué pasaría en Estados Unidos de América, si hubiera en un lugar público una situación semejante a esta? Estoy convencida que los malos del norte no lo permitirían, por el valor que tiene para ellos un niño.
Esta sociedad me duele, y nosotros somos los que de forma pública estamos acusados de “contrarrevolucionarios” sin embargo el régimen que ha sido el vehículo impulsor de todas estas situaciones, se siente menor de edad con respecto a la enfermedad que tiene nuestro pueblo.
Se podrán hacer cambios, reconstruir el país, insertarlo en la economía mundial, pero el cáncer social está en etapa final y ha hecho metástasis; los que queremos la libertad y la democracia para nuestra Patria, tenemos que pensar cómo vamos a sanar este tejido social herido de muerte.
La Habana, mayo de 2016