ES NOTORIA la fidelidad del chavismo a la hora de copiar los esquemas cubanos para arruinar la economía y dejar desnudos los estantes de los supermercados. La padecen los venezolanos y los reporteros hacen reseñas y la fotografían todos los días con broncas y arrebatos incluidos. Lo difícil de retratar, y mucho más siniestro que la escasez, es la reproducción del sistema de adoctrinamiento en la educación y la versión de la historia del país escrita en una oficina del Gobierno.
Ese es un trabajo que hacen expertos nacionales con asesores enviados desde la Isla y deja en las generaciones que se forman bajo sus dominios una huella enorme y duradera que no se cubre con una flauta de pan o unas arepas tibias. Entra en la cabeza de los estudiantes porque es lo que le explican los maestros y es la metralla ilustrada que les llega en los libros de textos que imprimen los talleres estatales.
Con esa pedagogía fermentada en los laboratorios de los partidos en el poder se reducen las figuras de la Historia y aparecen como personas que vivieron con el propósito de figurar como antecesores de los verdaderos libertadores de las naciones. En Cuba, es el caso de José Martí. En Venezuela, el de Simón Bolívar.
El cubano, con toda su obra de 27 tomos y su pensamiento, su vida en España, Estados Unidos y México es, para quienes lo han conocido gracias al sistema educacional socialista, el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, la acción militar que Fidel Castro encabezó en 1953 en contra de la dictadura de Fulgencio Batista. Es alguien cercano, implicado en todos los tropezones y argucias de los comunistas y, por eso mismo, con toda su grandeza, recibe un sutil rechazo o la indiferencia de sus compatriotas más jóvenes.
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