No se puede dialogar con quien no quiere recibirte en su casa y amenaza con no dejarte ni tocar la aldaba de la puerta. Así es que el líder político español Albert Rivera, rechazado y atacado por los chavistas, ha ido a Venezuela a sostener un monólogo y darle apoyo a los opositores, a resaltar las figuras de los presos políticos y a recordar que el grave conflicto de los venezolanos es muy importante para la España democrática y plural.
Es evidente que el presidente de Ciudadanos no actuará como mediador en aquella nación como ha hecho hace unos días José Luis Rodríguez Zapatero. Este viajero es considerado un enemigo por el Gobierno de Nicolás Maduro y, por tanto, lo único que recibirá del oficialismo son insultos y cierres.
Aunque Rivera ha expresado su disposición a entrevistarse con personas oficiales, su agenda se moverá sólo en el ámbito de sus anfitriones de la Asamblea Nacional. Ningún representante del chavismo lo recibirá para valorar su mensaje porque, en cuanto se anunció su viaje, el diputado Diosdado Cabello y los medios leales lo pusieron en el frente de batalla con un cartel de dirigente de un grupo financiado por contratistas de Estados Unidos y cercano a las ideas del dictador Francisco Franco.
El candidato electoral español tiene la punta de lanza de su viaje en la visita a los alcaldes Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, arrestados en sus domicilios, y a Leopoldo López, encarcelado en un cuartel militar, como símbolos de los 135 venezolanos que Nicolás Maduro tiene encerrados por motivos políticos. En esa parte de su programa, Rivera debe recibir los golpes y las prohibiciones de los que administran aquel país como una finca privada.
El dirigente español ha sido moderado durante su estancia en Venezuela. A su llegada anunció que viajaba para colaborar con la democracia y para que se acabe definitivamente la crisis humanitaria.
«Venezuela es un país rico», dijo, «pero también tiene un pueblo sin alimentos, sin medicina y un pueblo sin libertad».
Todo eso es verdad. Pero lo más importante de la visita de Rivera a Venezuela ha sido reactualizar la intolerancia de la dictadura, retratar el drama de la población y poner en primer plano la vida de los presos políticos, a quienes mata lo mismo una bala que el olvido.