MADRID – Los sabios dirigentes de la Unión Europea, en particular los de España, usan diferentes quevedos para observar la realidad de América Latina. Cuba y Venezuela son una muestra clara de esos cambios de lentes. El gobierno de Nicolás Maduro se aprecia como un proceso peligroso para la estabilidad democrática de aquella región. Y el de Raúl Castro como un baluarte de esa estabilidad.
Es cierto que el escenario venezolano, con su crisis económica, su falta de alimentos y medicinas, sus decenas de presos políticos y los ataques del oficialismo a la oposición, aparece ahora todos los días en importantes medios de prensa. Lo que pasa es que los políticos no pueden imponer sus programas a partir de la actualidad periodística. Esos mismos asuntos venezolanos que hoy producen titulares son parte de la historia de Cuba desde hace más de medio siglo.
La preocupación de unos países que representan el pluralismo y la libertad en el mundo deben asumir con una misma perspectiva el destino de los marginados y perseguidos en cualquier parte del mundo.
En el caso de Venezuela, la Unión Europea y España despliegan una campaña de observación de lo que sucede en aquel país dividido, en conflicto, y bajo los discursos escandalosos de un presidente que se formó, por decirlo de alguna manera, en las escuelas de los sindicatos y del Partido Comunista en La Habana. Se puede ver una conducta crítica y severa con el chavismo y a favor de sus víctimas que pasan hambre, reciben golpizas y cuyo porvenir pasa por una celda.
A la hora de enfrentar la situación de Cuba, por el contrario, Europa y España sostienen una postura complaciente con la dictadura. A la Isla no van observadores de derechos humanos ni especialistas de instituciones democráticas. Viajan inversores y altos funcionarios arrobados por los cambios que anuncia el régimen y emocionados por la gentileza de los castristas y por las sustancias de los convenios.
El punto clave de esta nueva etapa de concordia de los europeos con el castrismo está definido en unas recientes declaraciones del canciller español José Manuel García Margallo que, después de una reunión con Raúl Castro, dijo que las relaciones bilaterales están en un “momento dulce”.
Esa dulzura cierra los contactos con la oposición pacífica. No hay tiempo ni para una llamada a las representantes de las Damas de Blanco, la agrupación de mujeres cubanas que en el año 2005 recibió el Premio Sajarov por su batalla a favor de los presos políticos y la democracia y que ahora mismo padecen, junto a los activistas de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), una represión violenta, acosos, golpizas, reclusiones domiciliarias y mítines de repudio.
Los cambios reales que marcan hoy las relaciones de Europa y Cuba no se han producido en el país caribeño. Salen de los gabinetes de los líderes del viejo continente.