Martes , 27 Junio 2017
La Pax Santos

La Pax Santos

La Paz es uno de esos términos absolutos que no admiten oposición, como la Justicia, porque, ¿quién va a decir “yo estoy de acuerdo con la injusticia”? Por eso es un hecho extraordinario que en Colombia se haga un “Plebiscito por la Paz” para determinar cuántos están de acuerdo con una paz estable y duradera y cuántos no.

A pesar de algunas precisiones de la Corte Constitucional según la cual lo que se votaría no es “la paz” sino los acuerdos del gobierno de JMS con las FARC celebrados en La Habana; pero mientras ella habla de plebiscito por la paz el gobierno promueve y las Cámaras aprobaron un referendo y la diferencia no es baladí.

El plebiscito consiste en aprobar o no una decisión política o legislativa que el pueblo (la plebe) estime favorable o no a sus intereses; el referendo podría implicar una modificación de la estructura constitucional del Estado, lo que parece estar en juego si se aprueban estos pactos, sin embargo ambos términos se utilizan indistintamente y con cierto desenfado en el debate.

La propaganda oficial pretende dividir a los colombianos entre quienes quieren la paz y otros que, según ella, preferirían la guerra, lo que se advierte como la primera aunque no la peor manipulación que enturbia el proceso, porque de entrada coloca a los adversarios políticos como “enemigos de la paz”, lo cual es, por decir lo menos, acomodaticio.

Esta instrumentalización de la paz tiene una larguísima tradición en la propaganda comunista, de hecho, los bolcheviques insurgen ante el mundo, en 1917, con la consigna “paz, pan y tierra”, síntesis magistral de los intereses de sectores sociales a los que supuestamente estaría orientada una revolución de “soldados, obreros y campesinos”.

En ruso la palabra “MIR” que significa “paz” se traduce también como “mundo”, lo que da una idea del impacto emocional que tiene en la mentalidad de los pueblos eslavos. Esta pax soviética fue el mascarón de proa de la guerra fría y bajo su cobertura se desarrolló la carrera armamentista, el programa nuclear, la fabricación y emplazamiento de proyectiles balísticos intercontinentales, con plataformas de lanzamiento móviles por tierra, mar y aire, las intervenciones militares en los cinco continentes, en fin, como se sabe, “la paz es la guerra”.

Un dato curioso es que durante la crisis de octubre de 1962, el aparato propagandístico comunista denunció la política guerrerista de los imperialistas contra su política de paz; pero jamás mencionó que hubieran instalado cohetes nucleares en Cuba, de manera que los rusos no han sido oficialmente informados de que hubo misiles suyos situados a 90 millas de las costas de EEUU.

Decir que los críticos del pacto de JMS con las FARC son enemigos de la paz es poco menos que una calumnia, además de que les atribuye a una organización armada y a sus anfitriones de La Habana una representación de “la paz” incompatible con la teoría y práctica que profesan, cual es imponer el comunismo mediante la “lucha armada”.

El quid de la cuestión es que los comunistas no distinguen entre guerra y política las que conciben como un continuo que depende del énfasis que pongan en el uso de la violencia, como diría Mao: “La política es guerra sin derramamiento de sangre y la guerra es política con derramamiento de sangre”.

Lo que pretende JMS es que las FARC abandonen la violencia y alcancen sus objetivos civilizadamente. Su mayor error es creer que el problema no son las metas sino los métodos, que se trata de una cuestión adjetiva, de procedimiento, del cómo y no de una cuestión sustancial, relativa a los fines.

Si las FARC abandonaran las prácticas de terrorismo, narcotráfico, secuestro, extorsión, etcétera, todavía habría que enfrentarlas porque es igualmente inaceptable su propósito de imponer el comunismo aun con otros medios, provisionalmente pacíficos.

Por cierto que ese aditivo “EP”, ejército del pueblo, que se acepta de forma tan risueña, implica que el otro, el ejército de Colombia, no es del pueblo sino de la oligarquía o la burguesía según la doctrina oficial comunista cubana.

Como los Castro, las FARC no han sido destruidas, sólo se transforman.

LA PREGUNTA DEL MILLÓN

La pregunta de Santos exige análisis aparte y detenido: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”

Lo primero que salta a la vista es que dice “apoya” y no “aprueba” como sería lo lógico y jurídico. “Apoyar” y “aprobar” son conceptos harto diferentes: ¿Se pide la aprobación de unos acuerdos o el apoyo a una política?

Apoyar implica dar soporte, sostener, como quien dice en Venezuela, “meter el hombro”. Aprobar es valorar positivamente, calificar o dar por bueno o suficiente algo y lo que interesa, que es “asentir”, decir que sí. Lo importante es que ambas cosas se pueden dar juntas o separadas, el apoyo no implica asentimiento, ni viceversa.

Hablando políticamente, la burocracia, el ejército, la policía “apoyan” al gobierno aunque algunos individuos o el conjunto no esté de acuerdo con sus decisiones, porque son cuerpos obedientes y disciplinados; no así los ciudadanos que no tienen que obedecer porque no son subordinados de nadie y se limitan a asentir incluso tácitamente mientras no se rebelen contra las decisiones ni contra las instituciones del Estado.

De manera que así como se puede apoyar una política sin aprobarla también se puede aprobar una política sin apoyarla, porque no se está dispuesto a poner ningún esfuerzo, talento o recurso para que esa política se materialice, se lleve a cabo. Allí donde el funcionario apoya, el ciudadano asiente.

El caso es que pedir apoyo para una política del Presidente es una extralimitación evidente, convoca a la sociedad a que se incorpore como un todo a la implementación de unos acuerdos, aunque no los comparta, tanto más exorbitante cuanto, según la Corte Constitucional, los resultados del plebiscito sólo son vinculantes para él, pero no para los demás órganos del Estado, lo que le da un toque personalista a la solicitud de apoyo.

“El acuerdo final” impacta por su prolijidad y extensión, no sólo por la letra pequeña sino porque contiene demasiados lineamientos que sólo podrán apreciarse en su desenvolvimiento. Instituciones como la Comisión de Implementación, Seguimiento y Verificación del Acuerdo Final de Paz y de Resolución de Diferencias o la Jurisdicción Especial para la Paz que implican la designación de magistrados, la promulgación de reglamentos, designación de cargos, asignación de recursos, es decir, todo un Estado paralelo: ¿Cómo puede llamarse “final” si es sólo el principio de una nueva institucionalidad?

Es importante que no se estime cuánto va a costar eso, quién lo va a pagar y de dónde provendrán los fondos. Un dato curioso es que se ofrezcan sueldos y pensiones a los guerrilleros, así que las actividades criminales que realizan se considerarán como un servicio público, lo cual es, por lo menos, desconcertante.

“Para la terminación del conflicto” prejuzga el resultado. Si hubieran agregado “con las FARC” serían más específicos pero no más realistas. Es otra manifestación de deseos, una aspiración sobre la que no deben abrigarse mayores esperanzas, porque los negociadores de La Habana no pueden garantizar que la visión que ellos tienen de los acuerdos es la misma que tienen los innumerables frentes de las FARC que están en el terreno completamente fuera de su control e ignorando lo que se habla allá; por no mencionar otros grupos como el ELN, MPL, las bacrim, los paracos y dejemos de contar para no ser tan pesimistas. El conflicto no va a terminar sino que va a complicar.

Sobre “la construcción de una paz estable y duradera” ni siquiera vale la pregunta, ¿quién puede estar en desacuerdo? Lo inadmisible es la insistencia en que si esto no se aprueba, si no se dice que SI, entonces lo que sigue es la guerra. Al margen de lo que tiene de chantaje, es otra falsedad.

“Mejor un acuerdo imperfecto que la guerra” es el cuento con que Obama quiere vender su negociación con Irán, que si no se aprueba lo que él dice la alternativa es la guerra; pero bien respondió Benjamín Netanyahu: “La alternativa a un mal acuerdo no es la guerra sino un buen acuerdo”.

Quién sabe si algún día será posible llegar a un acuerdo razonable con todos y cada uno de los grupos insurrectos, pero por ahora lo único que luce plausible es derrotarlos o reducirlos a un mínimo de perniciosidad, como ocurre con el delito común, que parece imposible de erradicar pero que no se puede renunciar a combatirlo.

La política de JMS se revela cada vez más inspirada por la de Obama y quién sabe si en algún modelo de negociación de Harvard que proponga convertir al enemigo en socio; pero incluso Harvard tiene sus límites y es que hay enemigos con quien no se quiere, puede, ni debe nadie asociarse, so pena de perder a sus amigos.

Y no se trata de un giro retórico: los acuerdos prevén “la persecución de las conductas criminales que amenacen la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz”, represión que uniría a las FFAA, de policía y las FARC contra el nuevo enemigo.

Cuando JMS proclamó que Chávez era su nuevo mejor amigo, seguro que no ponderó los nuevos enemigos que creaba; como Obama, cuando se retrató con Castro.

LAS FARC VOTARAN “SÍ”

Con el polo patriótico, partido comunista, ONGs y otras organizaciones de fachada, el gobierno de JMS en pleno y hasta ¡el partido conservador! Pero lo extraordinario no es que enemigos hasta ahora irreconciliables estén tomados de las manos votando juntos, sino que las organizaciones armadas insurgentes sean los artífices y portaestandartes de “la paz” ¡patrocinados por los Castro! Porque si algo es imposible de negar es que todo este tinglado fue armado en Cuba con el visto bueno de Castro.

Aunque bien vistas las cosas esto tampoco es inédito. Volviendo a los bolcheviques, su política de paz no los hizo renunciar a la tesis de Lenin de “convertir la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria”, que devastó Rusia y diezmó su población.

En Latinoamérica es ilustrativo que durante la visita del Papa Juan Pablo II a Nicaragua el 4 de abril de 1983, siendo ya dictador Daniel Ortega, sus huestes profanaron la misa coreando: “¡Queremos la paz!” El Papa visiblemente incomodo respondió: “¡La primera que quiere la Paz es la Iglesia!”

Es irónico que el FSLN, una organización armada que tomó el poder mediante una cruenta guerra de guerrillas siguiendo el modelo guevarista desarrollado en Cuba, increpe nada menos que al Papa Juan Pablo II con “la paz”. El punto es: ¿Cómo puede hacerse compatible esta insistencia obsesiva por la paz con doctrinas como “la guerra popular prolongada” o “la guerra de todo el pueblo”?

Aparentemente se trata de un manejo dialéctico de términos contradictorios de los que en Venezuela podría fundarse toda una Escuela. Aquí, bajo una repugnante y repetitiva campaña por “la paz” se organizan y arman milicias populares, los llamados colectivos, bandas de motorizados que aterrorizan al público, mientras se desarma a los civiles, a las empresas de seguridad e incluso a las policías municipales para dejar a la población inerme frente al hampa oficialista.

Se encumbra a jefes militares a las posiciones decisivas del Estado en las que han impuesto su lenguaje de guerra, la más ilustrativa es “la guerra económica”, pero no pueden ignorarse todos los estados mayores que asumen hasta la distribución de papel toalet como un problema logístico.

De manera que la política de paz se traduce en un camuflaje discursivo para distraer la atención del verdadero desarrollo armamentístico y guerrerista de la revolución comunista, tal cual como la pax soviética encubrió el desenvolvimiento de la guerra fría.

La única esperanza es que al fin y al cabo la URSS perdió la guerra fría y es previsible que los neocomunistas también pierdan la suya; sin olvidar que aquella tenía enfrente a líderes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que no se ven en estos días.

Un liderazgo firme y sin complejos como el de Rómulo Betancourt en el pasado o Álvaro Uribe en el presente, vencieron el mito de que es imposible derrotar política y militarmente a las guerrillas una vez que se han inoculado en el tejido social.

Paradójicamente lo primero que tienen que vencer es el manejo ideológico de “la paz”.


 

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