No parece que el próximo presidente de Estados Unidos sea un republicano.
Las quiebras al interior del partido son cada vez más evidentes, al margen de los intentos por matizar las sacudidas de una crisis que sugiere mayores encontronazos de aquí a noviembre del 2016.
La renuncia del líder de la mayoría, John Boehner y el subsiguiente rechazo de Kevin McCarthy a ocupar la plaza, es solo la punta del iceberg de un conflicto, cuyas afectaciones se extienden más allá de la Cámara Baja.
Entre los candidatos a la nominación del partido conservador de cara a las elecciones presidenciales, se manifiestan las mismas contradicciones sobre una variedad de temas, como los referidos a inmigración, empleo, política exterior y otros no menos importantes.
Entonces, ¿será Hillary Clinton la candidata de los liberales y la primera mujer en ocupar ese cargo en la historia del país?
Dentro del pragmatismo norteamericano, eso es perfectamente posible.
Además, si se habla de temple, experiencia y carisma, la ex Secretaria de Estado y ex primera dama cuenta con credenciales de primera.
Mis disquisiciones sobre el asunto, tienen que ver con el desarrollo de los acontecimientos relacionados con Cuba.
Una hipotética victoria demócrata garantizaría, sin muchos tropiezos, el proceso en curso.
Un republicano, en la Oficina Oval, ¿Jeb Bush?, tal vez optaría por retrasar el ritmo del acercamiento, pero sin tener la potestad ni la intención de descarrilarlo.
Se trata de un pacto que, en mayor o menor medida, antepone la estabilidad política y social a la legitimación de los valores democráticos.
Una estrategia que podría cuestionarse con argumentos válidos. Sin embargo, tales posturas no alterarían el orden de las prioridades.
A estas alturas de la historia es posible vaticinar que el modelo castrista se disipará sobre los dominios del capitalismo de Estado que se construye tras el telón de las actualizaciones de las estructuras económicas.
Será una transición sin premura y de la mano de los empresarios que ya están posesionados y los que aguardan por el silbatazo del general-presidente.
Para que los clamores de libertad no se desvanezcan en los muros de la realpolitik, es necesario que los líderes de la oposición y de la sociedad civil independiente reinventen el discurso y las acciones.
De lo contrario se corren mayores riesgos de quedar en la estacada, con la resignación y el enfado a cuestas como únicas utilidades de una lucha que comenzó hace casi cuatro décadas con la fundación del Comité Cubano de Derechos Humanos.
No importa quién sea el próximo mandatario de la superpotencia. Lo significativo es disponerse a saltar las barreras de los esquematismos. Dejar a un lado las aspiraciones maximalistas. En fin, hacer política.