La élite política que detenta el poder real en Cuba, mantiene en la lista de amistades especiales a la dinastía de Corea del Norte, encabezada desde diciembre del 2011 por Kim Jong Un.
Se trata de una vieja empatía ideológica, cuyo basamento tiene que ver con el odio a Estados Unidos y sus aliados, el caudillismo y la criminalización de las libertades fundamentales.
Hace unos días que se conmemoró el 55 aniversario de establecimientos de relaciones diplomáticas entre ambos países. Raudo y con un voluminoso surtido de abrazos y lisonjas, el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, llegó a la capital del país asiático por invitación de un presidente que en sus cuatro años de gobierno, ha ordenado decenas de crímenes de lesa humanidad.
Fue un encuentro fraternal entre representantes de dos tiranías que escogieron al marxismo-leninismo como materia prima para eternizarse en el poder.
Mientras Kim recurre al asesinato sin ambages, Raúl Castro insiste en la práctica del linchamiento mediático, las turbas parapoliciales que ofenden y golpean, los arrestos y si es necesario, el encarcelamiento para recordar la obligatoriedad de la sumisión al partido único.
Las diferencias en el uso de la fuerza contra los “enemigos del pueblo” y en el control de las estructuras económicas, obedecen en el caso cubano a la necesidad de un mayor pragmatismo por razones históricas, culturales y geopolíticas.
No es que el salvajismo este fuera de las opciones de la cúpula para garantizar las unanimidades y las multitudinarias marchas de reafirmación revolucionaria, pero al menos tratan de mantener esos episodios fuera de los lentes y micrófonos de la prensa internacional.
En cambio el anfitrión de Díaz- Canel y la comitiva que lo acompañó, no ha tenido reparos en publicitar el ajusticiamiento de un tío que finalmente murió, amarrado y desnudo, entre una jauría de perros hambrientos por una supuesta traición, ni tampoco la pulverización con un arma antiaérea de un alto oficial de las fuerzas armadas por sospechas de no haber cumplido con sus responsabilidades, además de atreverse a dormitar en un desfile castrense.
No fue al azar que la nota del recibimiento del gobernante norcoreano a la delegación cubana apareció en la primera plana del diario Granma.
Este detalle, subraya la afinidad entre dos regímenes que desconocen olímpicamente la letra y el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Pese a figurar en la nómina de países que abusan de sus ciudadanos a nombre de una ideología, Raúl Castro cuenta con el beneplácito de la comunidad internacional.
Kim Jong Un, quizás aspire algún día a una aceptación similar. Va y lo consigue, si recibe los consejos de La Habana en cómo, cuándo y dónde, darle su merecido a los que se salen del redil, junto a los manuales para cautivar a los hombres de Wall Street, que incluyen guiños y cantos de sirena.