Es posible que en dos o tres años el embargo comercial y financiero que el gobierno de Estados Unidos impuso al de Cuba hace más de medio siglo, sea un recuerdo en el mejor sentido del término.
El reciente editorial del diario New York Times, que hace alusión a los resultados de una encuesta, donde el 72% de los norteamericanos se muestra favorable a la suspensión de la medida, reafirma una tendencia que irá creciendo, independientemente de quien ocupe la Casa Blanca.
Se trata de un cambio de política que podrá ralentizarse con la llegada de un presidente republicano, pero imposible de sustituirla por perspectivas que favorezcan el aislamiento.
En caso de que en este lapso siga vigente la disposición legal, codificada por el Congreso y que impide la plena normalización de las relaciones con la dictadura cubana, hasta tanto no existan señales de una transición a la democracia, sería un instrumento mucho menos efectivo para lograr los fines propuestos.
En realidad el embargo ha contribuido a perpetuar la intransigencia ideológica de la nomenclatura.
Los recursos para mantener el estatus quo han fluido, incluso desde los propios Estados Unidos por medio de las remesas familiares y las ventas de alimentos, que por cierto alcanzaron sus máximos niveles, bajo la bandera del conservadurismo compasivo de George W. Bush.
Gran parte de la legitimación internacional del régimen de La Habana se debe a la disponibilidad de las sucesivas administraciones de la superpotencia a continuar con una confrontación que ha demostrado ser pura retórica.
Si bien las sanciones no han servido para adelantar agendas a favor de una democratización, tampoco el acercamiento garantiza que las cosas vayan a cambiar en ese sentido, a corto y mediano plazo.
Una mirada al panorama actual, describe las preferencias de varios sectores económicos, entre ellos el agrícola y el de las comunicaciones, en asentarse en la mayor de las Antillas.
Las apuestas van en serio y eso indica que detrás de tales propósitos existen grupos de presión contrarios al embargo que usarán todas sus influencias para echar abajo los obstáculos en las dos cámaras del legislativo.
Es de esperar un mayor debilitamiento de los enfoques que respaldan la ruptura en todo el estamento político estadounidense.
El enfrentamiento cede el paso al pragmatismo en una nueva era que comenzó el 17 de diciembre de 2014 con el anuncio del deshielo en las voces de sus protagonistas: Barack Obama y Raúl Castro.
La democracia llegará a la Isla por añadidura. No es el producto más importante en una dinámica que cuenta con aval de los grandes centros de poder dentro y fuera de Estados Unidos.
Si algo queda claro es que las inversiones económicas son la piedra angular de una estrategia diseñada a partir de los intereses de Washington. Algo que no debería de causar asombros y que determina un cambio de escenarios al interior de Cuba.
Es inútil empeñarse en detener lo que el New York Times refleja en sus páginas. Las relaciones entre los otrora enemigos, seguirán progresando en medio de algunas escaramuzas.
Junto al agotamiento del embargo y la potencial llegada de decenas de inversores, las fuerzas democráticas están obligadas a una mayor eficiencia en su desempeño, de lo contrario pueden quedar en los márgenes de una realidad, cuyos moldes son irreversibles. Condenarla es un derecho, una forma de aliviar las mortificaciones. Nada más que eso.