Algunos medios de prensa foráneos indican que el subcontratista norteamericano preso en Cuba, desde el 2009, ha decidido ponerle fin a su vida.
Prefiere un espacio en la morgue antes que continuar purgando los 15 años que le impuso un tribunal revolucionario por venir a la Isla a entregarle equipos de comunicación satelital a la pequeña comunidad judía.
Se trataría de algo así como su segunda y definitiva muerte. Basta fijarse en las fotografías para advertir la magnitud de su sufrimiento.
No hay dudas de que estamos ante un proceso de aniquilación, que los verdugos han ido perfeccionando, año tras año, en las decenas de cárceles y campos de trabajo que existen a lo largo y ancho del territorio nacional.
A Gross no le han arrancado las uñas ni ha sido objeto una de esas palizas en la que dejan a la víctima sin conocimiento. Su imagen cadavérica se debe a las combinaciones de torturas psicológicas.
Esas suelen ser las causas de los suicidios consumados o interrumpidos y de los viajes sin retorno a la locura que ocurren a diario en las prisiones cubanas.
Frente a la determinación del reo a quitarse la vida si no lo deportan, los jerarcas de La Habana están en la disyuntiva de proceder a su demanda o asumir los costos políticos que generarían la muerte de una persona que fue apresada con un fin predeterminado: el canje por los espías arrestados en 1998 y condenados a altas penas de cárcel en Estados Unidos.
Está claro que Gross no es culpable. Su labor en Cuba no entrañaba la peligrosidad que le achacaron los fiscales en el juicio. Era simplemente el elegido para un plan que a fin de cuentas no funcionó.
La propuesta de Fidel y Raúl Castro no podía tener otro resultado. Obama desestimó la invitación desde un principio. No tenía margen para actuar de otra forma.
Ahora la plana mayor del castrismo es la que está contra la pared. Si liberan a su rehén quedarán avergonzados ante los familiares de los espías y los grupos que en varias partes del mundo le sirven de soporte para los intentos, hasta el momento fallidos, de internacionalizar su discurso en la magnitud que desean.
El fallecimiento de Gross en cautiverio pondría al desnudo la verdadera naturaleza de quienes se venden ante el mundo como paradigmas de la magnanimidad.
Tengo el presentimiento de que el secuestro terminará con la devolución de la víctima al seno familiar.
Ya los mandamases y su nómina de colaboradores deben estar en los trajines del montaje, que incluirá una declaración oficial con el anuncio del gesto humanitario.
Después de esto, la única salida que les queda es abandonar las barricadas de una vez y sentarse a negociar con el poderoso vecino.
Un proceder que beneficiaría, a mediano plazo, a los agentes encarcelados.
Debe quedar claro que Obama, ni quien le suceda en la Casa Blanca en el 2016, van a aceptar el canje.
Es absurdo pensar que el presidente de la única superpotencia va a humillarse ante una dictadura de capa caída.
A modo de conclusión, si en realidad el prisionero está dispuesto a morir, entonces a correr que para luego es tarde.