El restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos de América, ha traído soluciones a algunos problemas que estaban congelados, pero sin trascender al pueblo, porque quizás se piense son irrelevantes; pero para sectores específicos tienen un gran significado. Un ejemplo de ello es la investigación científica en diferentes campos.
También estos contactos abren las fronteras sociales y políticas con el pueblo. Las personas son capaces de establecer parámetros que antes solo conocían por referencias de familiares en el exilio o por haber visto alguna que otra película americana.
Este es el caso de un viaje que realizó a la isla, un grupo de hombres de ciencia americanos, con el fin de indagar sobre el asentamiento de tiburones en sus costas, el equipo visitó en el litoral sur los Jardines de la Reina y en el norte el poblado de Cojímar. Hasta ahora los gobiernos de ambos países habían frenado los intentos de hacer una exploración conjunta con expertos.
El grupo contó solo con cuatro días para marcar a los tiburones, debido a las restricciones de la visa y los recursos limitados; para estos científicos trabajar en Cuba fue todo un desafío, por la falta de medios y lo primitiva que se hizo la investigación. En primer lugar, porque aquí no tenían el tipo de barco que usarían para la exploración en los Estados Unidos; tampoco el dispositivo para parar un tiburón muy grande; carecieron de jaulas, por lo que los buzos entraron al agua sin saber de forma exacta lo que iban a ver, lo que convirtió la expedición en todo un riesgo.
El doctor Bob Hueter y sus colaboradores, pertenecientes al Laboratorio Marino Mote, tuvieron a su cargo la cruzada; entre los acompañantes estaban Jack Morris y John Tyminski expertos en tiburones, que trabajaron en conjunto con un grupo de biólogos cubanos encabezados por el Dr. Fabián Pina Amargós, del Centro de Investigaciones de Sistemas Costeros; y formaba parte de la selección Alexei Ruiz Abierno del Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad de La Habana
Entre los objetivos de la expedición estaba averiguar si Cuba es el hogar de los tiburones monstruos, lo que a mi entender no se logró descifrar. También tratan de encontrar soluciones para los problemas que causan los tiburones en el mundo.
El océano que rodea nuestro país permanece -en su mayor parte- casi inexplorado, como detenido en el tiempo, pero tiene el mayor epicentro de tiburones en el hemisferio occidental. El 20% de las especies del mundo vive en las aguas alrededor de la isla, entre ellos: el blanco, el martillo gigante, el toro, el sedoso, el coralino, el mako y su primo el marrajo carite. Una de las preguntas que se hacen los científicos es ¿por qué Cuba atrae a los tiburones a sus costas?
El uso de etiquetas satelitales electrónicas es crucial para la investigación y es la primera vez que se utilizan en el país; como es natural las proporcionaron los americanos. Las etiquetas permiten conocer: ubicación, temperatura y profundidad, sin importar en que parte del mundo esté el animal marcado. Este instrumento técnico podrá indicar algunas observaciones sobre los tiburones, como el hábitat que prefieren y resolverá en el futuro dudas como por qué los tiburones enormes vienen a lugares como Cuba y dónde encuentran aquí su comida.
No hay dudas de que al leer esto algunos piensen que las aguas alrededor de nuestra isla están teñidas con la sangre de aquellos que han querido escapar para los Estados Unidos de América –en diferentes embarcaciones- huyendo de todas las desgracias que aquí se viven día a día; y los escualos se han acostumbrado a alimentarse de ellos.
Los investigadores se dirigieron -como primera visita- a los canales de manglares de la zona de los Jardines de la Reina, un archipiélago ubicado en el sureste del país, entre las provincias de Camagüey y Ciego de Ávila.
Con posterioridad fueron a Cojímar, un poblado de pescadores situado a unos 7 kilómetros de la capital que forma parte del municipio Habana del Este y ligado al recuerdo de Ernest Hemingway. Este lugar costero cuenta una historia de hace 70 años, en la que 6 pescadores locales, dieron muerte a un tiburón blanco de 6 metros y medio de largo con un peso de 3 toneladas y media, lo que dio origen a la leyenda del “monstruo de Cojímar” del cual se conservan aún algunas fotos.
Hasta ese momento los investigadores, con las limitaciones materiales que tenían y utilizando el método de pesca de la línea, solo obtuvieron especies pequeñas, pero para marcar necesitaban una grande. Al no lograr resultados positivos, el buzo cubano Noel López Fernández, que es uno de los mejores del país, dijo que él podía coger el tiburón con sus manos y llevarlo al barco por la cola. En el primer momento Hueter estuvo escéptico y quiso probar a ver si funcionaba. Esto hizo sentir al equipo que estaba haciendo historia, pues nunca antes habían realizado algo tan arriesgado.
Los miembros del “team” americano no habían pensado que alguna vez se hubiera podido marcar un tiburón sin ningún procedimiento invasivo; no obstante, para su asombro, con esta técnica del “buzo innovador cubano”, lograron hacerlo a dos tiburones. Uno de 2,7 metros y otro de 1,9 metros a los que pusieron sendas etiquetas satelitales.
El hecho de que por primera vez se haya podido hacer esto sin ningún método de sujeción, le da crédito al régimen que le gusta decir siempre que todo se hace solo en Cuba, a pesar del bloqueo. Pero también le da algunos puntos al buzo, al que seguro el Laboratorio Marino Mote, tendrá en cuenta para cualquier otra expedición.
El tiempo de espera para recibir los datos de las etiquetas implantadas es de 150 días y lo que los científicos descubran del movimiento de los tiburones y sus hábitos, los llevará a confeccionar el primer plan de conservación de tiburones en Cuba; pero es necesario continuar con las investigaciones y por lo tanto seguir la colaboración con los expertos americanos.
La expedición se convirtió en un avance dramático en la ciencia de tiburones en las aguas cubanas, pero es solo el principio, porque junto con la normalización de las relaciones vendrán otros momentos de colaboración
El acontecimiento resultó importante si se analiza desde el punto de vista de la ciencia, pero también tiene un ángulo social trascendental. Las relaciones de los cubanos estudiosos de la materia, con sus homólogos americanos, no hay duda que están controladas por la contrainteligencia, todos sabemos cómo funcionan aquí las cosas, e incluso cualquiera de los integrantes de la delegación de nuestro país, pudo ser un oficial del Ministerio del Interior, o quizás más de uno; pero a estos hombres de ciencia cubanos les fue posible conocer a través de este contacto -persona a persona- el nivel de vida que tienen lo
s que nos visitaron, el salario, las condiciones de trabajo e incluso la consideración social.
Esto les permite valorar aún mejor, a estos trabajadores que, con tanto sacrificio de años dedicados a esa difícil tarea, no ven convertido en nivel de vida su esfuerzo. Quizás no posean ni siquiera un auto para trasladarse, una vivienda digna, ropa decente que vestir y seguro -desde el punto de vista laboral- muchas de sus ideas científicas se queden tronchadas, sin llevarlas a la práctica, por falta de presupuesto o por culpa del bloqueo; e incluso trabajando en el mar puede ser que no tengan acceso ni a comer mariscos y pescados.
Vicisitudes semejantes a esta sin dudas sucederán en cada uno de los contactos que tengan los cubanos con los vecinos del norte, no importa la rama que sea de la economía, la cultura o la ciencia; y sobre todo a cualquier nivel, porque no es comparable el adelanto tecnológico que ostentan los “malos” del norte con el “digno” estancamiento de los “revolucionarios”.
La moraleja nos dice que para el ser humano es muy difícil dejar de comparar, sobre todo si se trata de hacerlo en condiciones en que la desigualdad es muy profunda.
La Habana, 11 de junio de 2016