Primero tuve que asimilar la sorpresa de la elección después de tantos días de quinielas sobre quién sería el próximo Papa, en las que no figuraba el cardenal Bergloglio, hoy el Papa Francisco. Después llegó el turno de las primeras impresiones, que no suelen ser definitivas pero si importantes. De estas quisiera destacar brevemente tres cosas. En primer lugar, vi a un pastor que transmite serenidad e inspira confianza. No se presentó ante los miles de católicos que llenaron la Plaza de San Pedro como un hombre de rostro cansado, sino como una persona tranquila y afable.
En segundo lugar, me llamó la atención el hecho de que tomara por nombre Francisco, el mismo de dos grandes santos de la Iglesia: San Francisco de Asís, uno de los testimonios más universales de humildad y desprendimiento, y San Francisco Javier, el gran misionero y evangelizador de Oriente, hoy santo patrono de los misioneros.
Finalmente, de su primer mensaje destacaría estas palabras: “Os pido un favor. En lugar de que el obispo bendiga al pueblo, quiero que la plegaria del pueblo pida la bendición para su obispo”. Una exhortación que evoca un estilo más cercano a la gente, el estilo de quien se siente pequeño ante Dios, pero que también pide a sus hermanos que le apoyen.
Por estas primeras impresiones y por una simple lectura de los perfiles que van presentando los medios de comunicación, todo parece indicar que vamos a tener un Papa santo, atento a las realidades contemporáneas y muy especialmente comprometido con la defensa de los más pobres. De hecho una de las cuestiones que más destaca la prensa es su sentido de la justicia social.
Son muchos los retos que deberá enfrentar, quizás los más complejos tengan que ver con la vida interna de la Iglesia y con el fortalecimiento de la labor evangelizadora. Algo me hace pensar que estará a la altura de las realidades actuales.