En las dos últimas décadas los estados latinoamericanos han suscrito infinidad de tratados bilaterales en el campo del comercio y las inversiones con el objetivo de facilitar el intercambio de mercancías y servicios, así como de captar capital extranjero. Sin embargo, junto a estos avances, que sin duda han ayudado a crear un mejor clima empresarial en la región, también se observan retrocesos, como es el caso venezolano. Un ejemplo claro de que la cultura democrática tiene una importante influencia sobre los asuntos económicos. Pero este es un asunto que no solamente incumbe a los venezolanos, pues sus consecuencias son extraterritoriales.
Uno de los ejemplos más dramáticos de la incidencia que sobre otros países tiene su mal gobierno es la deuda que los importadores venezolanos tienen con las empresas de la Zona Libre de Colón, en Panamá, cifrada por los panameños en aproximadamente 1.200 millones de dólares. Una barbaridad, producto de los controles arbitrarios que el gobierno venezolano tiene sobre la adquisición de dólares y que le dificulta a los empresarios de ese país saldar sus deudas en el exterior. Un hecho que está poniendo a los empresarios del país del Istmo en un situación muy compleja, no solamente por la abultada deuda, sino por lo que representa Venezuela como mercado para ellos.
Realidades como estas nos confirman que el fomento (a tiempo) de la cultura democrática, del respeto a los Derechos Humanos, del buen gobierno y del fortalecimiento institucional, son de las mejores “inversiones” que pueden hacer los países democráticos allí donde sean necesarias.
No pocas veces, las democracias, inspiradas en el llamado realismo político, han apostado por mantener buenas relaciones con gobernantes neopopulistas o violadores de los Derechos Humanos con el objetivo de proteger a sus empresas, sin embargo, tarde o temprano llegan las confiscaciones, el afán de control sobre los negocios, la ruina económica, las restricciones y la corrupción.
Por ello, apostar por la democracia no es solamente una necesidad de los ciudadanos que sufren los autoritarismos, sino de aquellos terceros que tienen vínculos con esos países, pues no hay mejor aleado para los intereses económicos, que la seguridad jurídica, la transparencia o el buen gobierno.
Una apuesta que también debe involucrar a los empresarios, en especial a aquellos que están en condiciones de apoyar a grupos democráticos con un compromiso solvente. A veces muchos se quejan de la situación en algunos países, pero no se preguntan qué hacen para apoyar a quienes tienen que competir y lidiar con adversarios que controlan todos los recursos y resortes del estado.