[Artículo publicado en la revista venezolana Excesos #254. En la fotografía: El estomatólogo cubano Alfredo Pulido López en la réplica de una celda cubana exhibida por el Observatorio Cubano de Derechos Humanos en Madrid]
Para esa época muy pocos hablaban de este tema. Armando Valladares escribió el libro Contra toda esperanza al salir de prisión tras veintidós años de encierro, los últimos cinco en silla de ruedas. Mario Chanes de Armas llevaba veinte encerrado por discrepar de los postulados oficiales de sus viejos compañeros del Movimiento 26 de Julio; por disentir lo habían condenado a treinta años que cumplió en su totalidad. Fulgencio Batista —el otro dictador contra el que también peleó Chanes de Armas— le había impuesto trece años, de los cuales solo cumplió dos.
Gustavo Arcos Bergnes, integrante del movimiento que llevó la revolución al poder y luego condenado a prisión, se convirtió en activista del Comité Cubano Pro Derechos Humanos que luego presidió, dando impulso a un segmento de libertad. Reinaldo Arenas, un poeta irreverente y homosexual, nacido en la oriental provincia de Holguín, se escapaba a EE. UU. convertido en «Arina» (apellido que utilizó para poder salir de la isla por el puerto del Mariel), como solución al ostracismo y la cárcel. Elizardo Sánchez Santa Cruz creaba la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional después de su tránsito por la Universidad de La Habana y la prisión de la Cabaña.
Para ninguno de ellos Amnistía Internacional concedió entonces la categoría de Prisioneros de Conciencia, cuando eran cubanos de esa condición. Otros, sin reconocimiento alguno, murieron por el retorno a la democracia y al Estado de Derecho, entre olvidos, disparos y porrazos. Y así, en medio de arrestos, exilios y huelgas de hambre nació un movimiento pacífico por los derechos civiles en Cuba.
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