El pasado día 15 de octubre Armando Sosa Fortuny cumplió 20 años de encierro. Fue acusado de “infiltración”, “entrada ilegal a Cuba” y “otros actos contra la Seguridad del Estado”, y condenado a treinta años de privación de libertad tras un intento frustrado de organizar en la isla la resistencia armada.
Sosa, como le llaman sus allegados, participó en la invasión de 1960 y, después de pasar, inquebrantable, 18 años en prisiones castristas, y excarcelado, regresó a los 52 años junto a otros cubanos. desembarcando por un punto del pedraplén que une a Caibaríen con el cayo Santa María, en la noche del 14 de octubre de 1994, dispuestos a afirmar sus convicciones democráticas, a recurrir al supremo derecho de la rebelión contra la tiranía y la opresión, como indica en su preámbulo de Declaración Universal de Derechos Humanos. En esta ocasión, en un enfrentamiento a tiros, perdió la vida Arcilio Rodíguez García, un joven de 34 años que regresaba de una pesquería junto a otros amigos.
La muerte de cualquier persona víctima de una lucha fratricida es lamentable. No se justifica; como tampoco se justifica el odio y la saña. Ahora que el régimen de La Habana pretende que se olviden comportamientos pasados, le haría bien mostrar indulgencia con un hombre que, en conjunto, ha pasado casi la mitad de su vida en las prisiones del régimen.
Y quienes defendemos el derecho de los seres humanos a todos los derechos deberíamos defender sin complejos a estas personas que se enfrentan a regímenes tiránicos, podemos coincidir o no en los métodos pero no podemos sucumbir ante la pretendida superioridad moral de unos y aceptar que ellos tienen el patrimonio de la rebelión contra la tiranía y la opresión.
Armando Sosa ha pasado casi 40 años en las cárceles cubanas por defender para los cubanos ese “derecho supremo”. Es nuestra obligación pedir para Armando su liberación, ahora cuando está próximo a cumplir 73 años de vida.
