En las últimas Elecciones Europeas acudimos al nacimiento en los extremos del abanico político de grupos con importantes apoyos. En España, que es el caso que me ocupa, a la izquierda de izquierda Unida ha nacido Podemos, con una cifra de votos que sobrepasa el millón (1.253.837), cantidad suficiente para alarmar a un perezoso.
Los que llevamos ya años enfrentando al “socialismo real” no podemos -nunca antes mejor dicho- dejar de ver con estupor estos procesos cíclicos de resurgimiento de grupos extremistas, especialmente los declarados anti-sistema, que desde las bondades democráticas intentan conseguir el poder para luego negar y derrumbar las propias estructuras democráticas que propiciaron su existencia (es decir, según nos enseña la historia, para erigir un sistema que niegue esa posibilidad a cualquier grupo opositor).
Este modus-operandi está directamente relacionado con el chavismo (como admiración profesa y justificación práctica) y el castrismo (como inspiración putativa pretendidamente histórica), e incluso (siempre que pueden y no causa demasiado rubor en el público) con el colapsado imperio comunista del este y el marxismo leninismo de manual. No es extraño que esta génesis o partogénesis reconocida (o reconocible) implique la inyección entusiasta de cuantiosas sumas de dinero y apoyo logístico para el desarrollo de su función básica, que es añadir nuevas sensibilidades a la vieja causa a partir del descontento que producen los momentos de crisis.
Así surgió, con métodos de guerrilla, la llamada revolución cubana; en un contexto social similar. Por eso no es de extrañar la postura agresiva aunque grandilocuente y simplista: somos los buenos y el resto son los malos, somos la solución y el resto es el problema. Ya sabemos adónde conduce esto, la tentación de creérselo cuando la situación social es incierta, lo milagroso que parece y lo fácil que se aprende. Pero tal candidez o monstruosidad parece que se acaricia en la intimidad de los despachos y sus banderas se agitan en los claustros, entre los jóvenes, que son siempre más susceptibles a la abducción del discurso seductor y la ingeniería social que inevitablemente conduce a escenarios tan próximos a nosotros como los latinoamericanos.
Hay quienes hoy (en Cuba y Venezuela y otros países de aquella área) cumplen prisión por intentar participar en la vida política de sus naciones. Algunos son acusados de mercenarios por recibir ayudas de Instituciones internacionales para implementar la democracia, acusados por los mismos que pagan las nóminas de sus alabarderos en España o Europa, aquellos que son sus fieles defensores o pretenden situarles como modelos a seguir.
Ahora que “podemos”, que estamos a tiempo, habría que sanear la sociedad para que estos patógenos no aprovechen la inocuidad propia de las democracias e intenten establecer sus regímenes nefastos, subrepticia o explícitamente, pero siempre con la ayuda de la ingenua buena fe de algunos, de la abierta ignorancia de otros, de no poca rebeldía mal encaminada, de la inestimable inacción de unos políticos cobardes, y, especialmente, con la asistencia pródiga del socialismo del siglo XXl.