Todo parece indicar que la dictadura cubana está en la ruta de repudiar algunas de las reglas económicas y sociales que impuso a sangre y fuego en la década del 60, siempre y cuando estas rectificaciones no afecten el control político que ejerce sobre el país.
El pretexto para imponerlas fue que en la isla se había inaugurado un régimen marxista que se regía por paradigmas totalmente contrarios a los que habían tutelado la sociedad.
Se inició una campaña para convertir a toda la población al Nuevo Orden. Se demonizó el pasado siendo el objetivo fundamental educar al individuo en la creencia que la Republica había fracasado y que la Revolución concedería las oportunidades y derechos que el pueblo no había gozado.
El disfrute de los derechos ciudadanos fue eliminado, a la vez que se instrumentaba una campaña a favor de nuevos paradigmas totalmente contrarios a los que habían regido la sociedad.
Se incentivó la grosería, el mal vestir. Las religiones fueron vituperadas. La educación formal era un rezago burgués. Se vulgarizaron las costumbres, incluyendo el lenguaje y se promovió la división familiar, haciéndole creer a los menores que la emancipación de sus padres les haría libres y que el estado todo poderoso era la solución.
El respeto a las ideas de los otros fue eliminado. La tolerancia se extinguió. El adversario se transformó en enemigo. El que partía para el extranjero era un traidor. Se dejó de decir señor, solo compañero. Se irrespetaba todo, menos a Fidel Castro y los que integraban su olimpo. La delación se trocó en oficio y la prostitución, una práctica repudiada hasta entonces por la sociedad, se convirtió en un hacer respetable.
Los derechos más elementales fueron conculcados. El país se sumió en la ineficiencia, el derroche de lo ajeno, las consignas sustituyeron las ideas y los mejores hábitos y costumbres fueron asfixiados por quienes trepaban sobre las desgracias de otras personas.
Muchos individuos se convirtieron en victimarios. Se prestaron para abuchear, acosar, delatar, golpear y hasta matar a quienes consideraban herejes de la nueva religión. El homosexualismo era un crimen. Surgieron centenares de prisiones y campos de concentración. El paredón ocupó espacios importante en el diario vivir, y tronchó la vida de muchos.
Sin embargo a pesar de los sacrificios de la población y los abusos y crímenes en los que incurrió el gobierno y sus partidarios, la promesa de un país mejor no se cumplió.
En el presente el individuo ama a su país mucho menos que nunca antes en el pasado. El esfuerzo por descristianizar la isla para imponer el marxismo, ha dejado al ciudadano sin sostén ético o moral. Un número importante de personas solo aspiran a abandonar a Cuba y reiniciar sus vidas, paradójicamente en Estados Unidos, la nación que según el castrismo había que odiar y destruir.
No es difícil suponer lo frustrante que debe ser para los que se sumaron con fervor a la destructiva maquinaria del castrismo, con los sacrificios personales y familiares que implicó, amén de aquellos que sientan remordimiento por los crímenes o abusos en que incurrieron, cuando ven como sus quimeras están siendo desmontada, no por los que ellos persiguieron, enemigos del proyecto, sino por sus propios inspiradores.
El castrismo está muriendo por consunción. Los fracasos acumulados, corrupción, abusos y el despilfarro, han agotado todas sus expectativas y posibilidades de sobrevivencia.
Por eso es válida la pregunta sobre que pensaran aquellos que envejecieron y crecieron trabajando a favor de las intervenciones y confiscaciones, o a tono con el gobierno rechazaban la inversión extranjera, y ven como en el presente los mismos líderes favorecen lo que antes querían destruir.
Aprecian como muchos de esos dirigentes se han enriquecido. Sus hijos disfrutan de bienes para los que no han trabajado. Estudiado en universidades extranjeras o tienen negocios fuera de Cuba.
Los que creían en un estado interventor y aprecian que sus dirigentes históricos despiden a millones de trabajadores y abren paso a la gestión privada aunque sea tímidamente. Los que se hicieron enemigos de las religiones y ahora ven como el gobierno las acepta o reconoce, los que rompieron relaciones con los familiares que se asentaban en otros países y en la actualidad el gobierno promueve lo contrario.
Como estarán los veteranos que mataron o fueron heridos en Angola y otros países para difundir un modelo político que sus conductores en el presente están abandonando y aunque no sea políticamente correcto es obligado preguntarse, ¿los que formaron parte de los pelotones de fusilamientos, los que dieron tiros de gracia, como estarán al vivir un cambio que tal vez les conduzca a una mejor vida?. pero que no les librara de las angustias de sus culpas.