Raúl Castro tiene de su lado al Papa Francisco y a su Santidad Kirill, el líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Dos aliados que le proporcionan sendas dosis de legitimidad en el tiempo que le queda para dejar la presidencia.
El reciente periplo del Patriarca eslavo y su breve encuentro con el máximo representante del Vaticano en la capital cubana se tradujeron en nuevos apuntalamientos a la dictadura en su parsimoniosa reconversión al capitalismo de Estado.
Los cubanos de a pie que observaron a Kirill desde las pantallas de sus televisores, dudo que hayan aplaudido los mensajes favorables al gobierno y mucho menos entendido los rituales de esa doctrina tan ajena a las creencias autóctonas.
Para la mayoría de la población, la visita resultó anodina y de hecho condenada al olvido, incluso antes de que el líder espiritual se despidiera de sus anfitriones.
Por otro lado, con el anuncio de que el presidente Obama vendrá a la Isla en marzo próximo, se afianza la política del poderoso vecino de acercarse al régimen de La Habana con el fin de garantizar un lento y limitado desmontaje del totalitarismo.
En realidad poco se puede hacer para cambiar las perspectivas de una estrategia que cuenta con el aval de los centros de poder mundial.
Al menos Obama ha dicho que se reunirá con líderes y activistas de la oposición pacífica y la sociedad civil independiente. Algo que no han hecho ni el Papa Francisco, ni Kirill, ni ningunas de las personalidades del ámbito político occidental que han venido a estrecharle la mano al caudillo en jefe y a firmar convenios con el monopolio estatal.
El gesto notificado por el inquilino de la Casa Blanca, compensaría de alguna manera el desprecio de los anteriores visitantes hacia las personas que sufren a diario el acoso de las fuerzas progubernamentales por el hecho de pedir el cese de la criminalización del ejercicio de los derechos fundamentales y la liberación incondicional de los presos políticos, entre otras demandas no menos atinadas.
La noticia ha encendido la polémica en torno a sus posibles beneficios y perjuicios. Sus detractores afirman que es un espaldarazo a Raúl Castro.
Personalmente me cuesta creer en esa tesis, sobre todo de la manera que algunas veces se plantea. Es decir sin un análisis profundo de la situación y anteponiendo razones que tienden a menudo a proyectarse desde las emociones en vez de hacerlo con un mínimo de sentido común.
En política valen los detalles y sobre todo los asuntos que se barajan tras bambalinas que podrían ser los más importantes.
Con esto no quiero decir que el general-presidente deje de sacarle ventajas al encuentro.
Pienso que el hecho de la disponibilidad del visitante para verse cara a cara con los represaliados, enviaría un mensaje inequívoco ante el mundo de cuáles son las pautas de un proceso de acercamiento a concretarse a largo plazo y con bastante obstáculos.
Oponerse al evento histórico de un mandatario estadounidense en funciones pisando suelo cubano, es válido. Apoyarlo también.
Nada de esto va influir en la determinación del establishment de la superpotencia de cambiar la política hacia Cuba.
Al menos esta vez la oposición figura en la agenda. Y eso hay que agradecerlo.