Martes , 27 Junio 2017
Vías de escape

Vías de escape

Recientemente supe del suicidio de un preso común en la prisión capitalina  que lleva el nombre de Combinado del Este.

El hombre de 30 años se ahorcó con una sábana por impedírsele asistir al entierro de su madre.

La nota publicada por el reportero independiente Manuel Guerra en el sitio digital Cubanet, no es un hecho aislado, es a menudo el último recurso al que recurren decenas de presos cada año ante el tormento de los abusos.

A propósito de esta historia, recuerdo una ocurrida en el Combinado Provincial de Guantánamo durante mi estancia allí en el 2003.

En aquella ocasión el reo no se quitó la vida. Después de gritar a voz en cuello por varias horas que lo llevaran a ver a su agonizante madre, procedió a cocerse los labios con una aguja mohosa. Estuvo varios días con la boca sellada, tumbado sobre su litera. Finalmente, el jefe de la prisión autorizó la visita.

Nunca pude saber el motivo de la decisión que salvó a aquel prisionero a morir de hambre y sed. Ese tipo de concesiones no eran comunes en el centro penitenciario que albergaba más de 2000 personas.

Otros sí pudieron concretar sus intenciones. Murieron colgados, regularmente en el baño en horas de la madrugada, perforándose el abdomen con un objeto cortante, o desangrados tras varios cortes en las venas del antebrazo.

En caso de que sobrevivieran, muchos de ellos volvían a intentarlo hasta que lo lograban.

Era terrible ver las huellas en los cuerpos de quienes querían morir a causa de múltiples razones, sin haberlo conseguirlo.

Las condenas injustas, las indiscriminadas palizas de los carceleros, las negativas a alguna petición de carácter humanitario, incluida la asistencia médica, proveían las motivaciones para llevar a cabo las descabelladas soluciones.

Es obvio que la situación no ha variado en los 12 años que median desde mi excarcelación en diciembre de 2004 hasta la fecha.

Fue tal la impresión que me causaron esas escenas de suicidios truncados por la intervención de otros reos o debido a un gesto benévolo de las autoridades del penal que las plasme en un libro titulado Huésped del Infierno.

No he sido el único que ha puesto en blanco y negro sus experiencias carcelarias, en una época marcada por las flagrantes y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

Soy uno más dentro de la extensa lista de prisioneros políticos que dedicaron parte de su tiempo a dejar constancia de sucesos por los cuales los artífices de la llamada revolución socialista no pueden ser absueltos por la historia.

La tragedia que Manuel Guerra ha puesto a disposición de los lectores se añade al nefasto record de actos que reflejan la verdadera naturaleza del sistema político cubano.

Pese a sus esfuerzos el comunicador independiente no pudo encontrar el nombre ni los apellidos del reo que amaneció colgado en una celda.

Yo tampoco recuerdo el de aquel joven de unos 25 años, mulato y de baja estatura que no vertió una lágrima mientras se unía los labios a la vista de todos.

En mi mente aún están frescas las gruesas gotas de sudor y de sangre que manaban de la frente del autor de aquella aterradora operación.

Espero que haya salido con vida del encierro. No podría asegurarlo. Quién sabe si tal vez por cualquier otro motivo, decidió escapar para siempre de ese submundo.


 

Scroll To Top