Jorge Adalberto Barroso Gómez, desde muy joven se vio envuelto en la guerra, que por decisión de Fidel Castro, llevó a los cubanos a Angola, según decía, en nombre del internacionalismo. En estos momentos ya Jorge tiene 59 años de edad.
Pasados más de cuarenta años de los acontecimientos, que marcaron para siempre su vida al quedar traumatizado psicológicamente por los horrores que -según él- vivió; contactó a este comunicador, para que conociera la difícil situación que vive en la que actualidad junto a su hija y nietos.
Él es vecino de la calle 80A, # 10324, entre 103 y 105, municipio Güira de Melena, provincia Artemisa, está pasando por una miseria deprimente, a pesar de lo difundido por los medios oficialistas con respecto a estos hombres que pusieron sus vidas en constante peligro.
Según explica considera que ha sido engañado por este sistema, que al poco tiempo de su regreso de Angola había quedado sin empleo, con su anciana madre enferma, y su esposa con una pequeña bebé que criar. Cuando se creó la Asociación de Combatientes lo fueron a visitar para que se afiliara a ella, pero él se negó a formar parte de esa organización. Según su propia expresión: “Ahí es cuando se me pone la cosa mala”.
Todas las puertas se le comenzaron a cerrar y se las tuvo que ingeniar para mantener la familia. Aprendió albañilería y también trabajó como obrero agrícola -con algunos campesinos- por diez pesos moneda nacional al día. Para él aquellos momentos fueron horribles, porque con el tiempo y producto a la pésima situación económica en la que estaba se sumió en una depresión que lo llevó al alcoholismo.
Con el fin de darle alguna ayuda, su hija Ana Iris, lo ingresó en una clínica y en estos momentos está en abstinencia. Junto a ella ha hecho todos los trámites para que les acaben de dar los materiales para arreglar la casa, y todo se convierte, como dice el argot popular en “una baba constante”.
Su casa está en derrumbe y al gobierno no le importa en lo absoluto; sus nietos tienen que permanecer más tiempo en casa de los abuelos paternos que en su propio hogar, por temor a que una de las vigas de madera del techo se venga abajo y los mate. Cuando llueve es un dolor de cabeza, porque cesa la lluvia y sigue el agua cayendo adentro.
Un médico que vive al lado lo ha ayudado dejándolo recostar a su pared los pocos bloques que tiene puestos, que además son de recortería que le regalan cuando trabaja en alguna casa particular.
Como buen cubano se une a las filas de los que dicen que todo es muy difícil. No le quedará más remedio que seguir reclamando ante las mismas entidades gubernamentales que lo han apartado de la sociedad y le han negado sus derechos; y se perpetuará siendo uno de los tantos veteranos de la operación Carlota, marginados a su suerte.