Martes , 27 Junio 2017

Venezuela sin paz

JUEVES

UN ALDEANO UNIVERSAL

La noticia más dolorosa que subió a los titulares esta semana en Venezuela no tenía nada que ver con el chavismo, la miseria o los presos políticos. Era la reseña de la muerte, en Roma, de Alirio Díaz, uno de los grandes en la historia de la música, guitarrista discípulo de Andrés Segovia, estudio en Madrid, tocaba el cuatro, escribía libros y armonizaba canciones populares de los venezolanos.

Llegó al mundo en una aldea de Carora, en el estado de Lara en 1923. Y ya en la escuela primaria demostró que no le interesaban las tablas de multiplicar o la anatomía de los animales, sino la remisión misteriosa de las notas musicales, la tensión de las cuerdas, la textura de la madera de las guitarras y el sabor seco de las boquillas de los saxofones y los clarinetes.

En su primera juventud abandonó su caserío y se mudó a la ciudad de Trujillo para seguir sus estudios de música. Se hizo mecanógrafo, tipógrafo y corrector de pruebas para pagar la academia y allí mismo debutó como guitarrista acompañante en una emisora radio. Luego viajó a Caracas, hacia 1945. En la capital recibió el apoyo de otros músicos y comenzó a ofrecer recitales en los principales teatros así como en otras ciudades del país. A principios de la década del 50 viajó a Madrid a estudiar en el Conservatorio de Música y Declamación y en el invierno del año siguiente viajó a Italia, donde dictaba unos cursos Andrés Segovia. Ese fue un viaje definitivo para su consagración porque el español estaba seguro de que el sudamericano era el mejor alumno que había pasado por su academia, lo acogió como discípulo. Alirio Díaz estaba preparado para conquistar Europa.

El antiguo aldeano de Carora no olvido nunca su tierra natal y volvía a cada rato a Venezuela. Allí recopiló decenas de piezas populares y publicó dos libros: Música en la vida y lucha del pueblo venezolano y Al divisar el humo de mi aldea nativa.

Dijo siempre que su vocación tenía una relación directa con su abuelo materno, un músico campesino que le dejó en herencia su pasión por el arte y una guitarra. Pero también le daba crédito a una herencia más complicada y amplia: “He sido un fruto, el producto de una situación nacional, de un país lleno de música. Creo que no existe una región venezolana donde no esté presente el arte musical, lo cual significa que yo no fui un milagro, fui simplemente una aventura, la que me llevó a recorrer el mundo”.

No hay que tener en cuenta las declaraciones luctuosas de los funcionarios oficialistas del régimen de Nicolás Maduro que tratan ahora de apropiarse de la memoria del músico. Hay que considerar la música que pondrán los tocadiscos de sus casas y en las vitrolas de los bares los hombres y las mujeres de a pie cuando tengan servicio de electricidad. O lo que dicen artistas como el guitarrista y profesor David de los Reyes: “Deja un gran legado desde el punto de vista musical con respecto a la revalorización del repertorio guitarrístico venezolano. Un hombre que, como virtuoso del instrumento y musicólogo, expuso lo mejor de la cultura venezolana en el mundo”.

Lo que soy yo, voy a escuchar ahora el Concierto de Aranjuez en la guitarra de Alirio Díaz. Y después, Natalia, el vals criollo del venezolano Antonio Lauro.

VIERNES

FUEGOS EN EL SALVADOR

Es un poeta rebelde, crítico que conoce donde hay que poner las palabras -se sabe que una detrás de la otra- y domina, como si la tuviera en el patio de la casa, la sociedad del país donde vive, sus derroteros y su pasado. Se llama Alfonso Fajardo(San Salvador, 1975), ha ganado muchos premios literarios, pero no se le notan. Deja huellas con los libros de versos que ha publicado. Y acaba de lanzar otro con Índole Editores: A cada quien su infierno.

Para empezar, el nuevo cuaderno de poemas de Fajardo recibió enseguida la bendición maldita de su tocayo el maestro Alfonso Kijadurías. Lo que dice el gran poeta salvadoreño de A cada quien su infierno es que el autor detiene el tiempo en cada página y en ellas encierra el rumor del pensamiento, el forcejeo entre las ideas y la mano que pretende atraparlas para meterlas en una jaula. “Con el ánimo de lanzar la flecha lo más lejos posible”, afirma Kijadurías, “Alfonso nos entrega el luminoso infierno que arde en su poesía. Un libro negativo que no enseña a gobernar ni a ser gobernado. Sino todo lo contrario, insurreccionar los espíritus”.

Fajardo salió al aire con La danza de los días y luego se reafirmó en el panorama literario de su país con estos dos títulos: Los fusibles fosforescentes y Negro. Fue también el compilador de la antología Lunáticos, poetas noventeros de la postguerra salvadoreña.

Estos versos son de Alfonso Fajardo: “Éste es el tiempo de los chubascos, los espirales de la sinrazón/ esta es la eternidad del dolor y en sus jardines paseo/ como lo hizo el mendigo rubio de llagas luminosas bajo el madero de los inventos/ Este es el oleaje del aletazo de papalota del cielo. / Este es aire del veneno y aquí comienzan mis heridas”.

Tomado de elmundo.es


 

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