Jorge Olivera Castillo.
El mar continúa siendo la pista de escape. No son nada fáciles las rutas para llegar a otras tierras donde el socialismo de partido único sea una probabilidad remota, una pieza de museo, la entidad que se mira como a un ladrón disfrazado de sacristán.
En Cuba se cuentan por millares las personas con deseos de tomar los remos y lanzarse a una aventura de tintes suicidas.
Las vías a utilizar dependen del grado de desesperación, las disponibilidades monetarias para pagar el espacio en un yate con motor fuera de borda o las habilidades en el acto de concientizar a una amiga (o) extranjero sobre la necesidad de una carta de invitación o un matrimonio falso como medios de evasión.
No asombra que los cubanos interceptados en alta mar por el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos hayan ido en aumento, tras las disminuciones ocurridas en los años 2009 y 2010.
Eso fue un breve paréntesis, motivado por diversas circunstancias, entre las que habría que citar la coincidencia de la disminución en la capacidad de los familiares en pagar a contrabandistas, debido a la crisis económica, y por otro lado la Ley de pies secos-pies mojados que obliga a devolver a la Isla a aquellas personas capturadas en alta mar.
Solo los cubanos que toquen tierra tienen derecho a beneficiarse con la Ley de Ajuste Cubano, promulgada a inicios de la década del 60, que facilita la inserción y garantiza el estatus de residente al año y un día.
Informaciones recientes indican que a seis meses del año fiscal, que comenzó el 1 de Octubre, el número de cubanos interceptados se eleva a 448. Alrededor de la mitad de todos los detenidos durante el 2011.
No faltan, en el gobierno, quienes esgrimen las dificultades económicas a la hora de fundamentar las causas de un éxodo que supera el millón de ciudadanos y que arroja cifras de muertos y desaparecidos ascendentes a varias decenas de miles de personas de todas las edades.
El componente político de este fenómeno queda omitido en las informaciones dadas a conocer por los medios controlados por el partido, que intentan dar una imagen de objetividad y transparencia.
Los candidatos a enrolarse en algún plan de fuga, saben que los quebradizos límites de su libertad personal, dependen del culto a rendir a una élite de poder que gobierna al país como si fuera una comarca medieval.
Saben que le puede suceder lo mismo que al expreso político Ángel Moya Acosta por insistir en su activismo cívico, a favor de la democracia.
Hace pocos días que salió de los calabozos de una estación policial del municipio Ciénaga de Zapata, de la provincia de Matanzas, ubicada a unos 100 kilómetros al este de La Habana.
“Allí, los verdugos son los mosquitos. No se puede dormir. Hay que estar espantándolos de día y de noche. Eso es un atentado contra la integridad física y psicológica, expresó Moya.
El oficial a cargo de la captura, le advirtió que esto era un paseo comparado con la llegada del verano y el consecuente aumento de los insectos.
La posibilidad de volver allí, de continuar su beligerancia porque en Cuba se respeten los derechos humanos, quedó abierta.
También por estos días, se supo de otras jornadas de acoso y arrestos, contra activistas pro derechos humanos y líderes de la oposición pacífica en diversas zonas de la geografía insular.
Dentro de este universo de abusos e impunidad, aparece el caso del doctor Jeovany Jiménez Vega que inició una huelga de hambre, en demanda de una inmediata derogación de la resolución ministerial, que lo inhabilitó en 2006 para ejercer la profesión por pedir un aumento de salario.
Es muy poco el espacio para documentar el rosario de arbitrariedades que ocurren a diario.
Al margen de todo este flujo y reflujo de hechos que vulneran la dignidad humana, se sigue legitimando a un régimen que nunca ha pasado por las urnas de una manera confiable. Solo lo ha hecho de manera utilitaria, a golpe de artimañas y sin dar derecho alguno a sus adversarios.
Las actitudes críticas que se levantan dentro y fuera de Cuba, no consiguen derribar los muros del despotismo.
Las golpizas, el maltrato y la cárcel siguen siendo las credenciales de quienes impúdicamente se promueven como paladines del respeto al prójimo y otras coartadas para cazar ingenuos y tontos útiles.
Irse no es una decisión tomada a la ligera. Es casi el denominador común de una población sometida al arbitrio de un grupo de políticos entre los que abundan la malicia y el desafuero.
El lema de una de las turbas parapoliciales que a menudo la emprenden contra las Damas de Blanco, con abucheos y golpes, ofrece la oportunidad de calibrar el nivel de represión existente.
¡Machete, que son poquitas! , gritan sin que les tiemble la voz.
Este llamado al linchamiento, por exigir la liberación de los presos políticos, es la esencia del terror; una de las razones por la que miles de cubanos prefieren marcharse sin preocuparse en el cómo y hacia dónde.
Ante tantas evidencias, el socialismo en Cuba es una mala palabra. Un engendro a echar, cuando llegue la oportunidad y sin pensarlo dos veces, en el basurero de la historia.