Jorge Olivera Castillo.
El mensaje de paz y reconciliación que trae el Papa Benedicto XVI a Cuba viene acompañado de otras bandas sonoras. Evidentemente Dios no está entre el sonido de los toletazos ni en la palabra vil empleada en el fragor de las detenciones que protagonizan las fuerzas represivas, al servicio del poder, contra opositores y disidentes pacíficos.
Esas acciones alcanzan por estos días notas sobresalientes. El país parece estar en estado de guerra, aunque a simple vista no lo parezca.
En vez de militares de verde olivo, los movilizados son militantes del partido y la juventud comunista, ex integrantes del ejército, y los muchachos de la policía política, todos en ropa de civil, junto a sus tropas de choque, con los maderos y cabillas escondidos entre sus vestimentas.
Con esa fórmula refuerzan el terror, una especialidad en la que se destacan tanto por la perseverancia en su aplicación, como por la abundancia de métodos.
Según parece, la visita del Sumo Pontífice no se traducirá en una reducción del ambiente represivo. De hecho, al cuantificar las incidencias, se percibe una voluntad en continuar aplicando medidas de fuerza con todo el rigor posible.
En Cuba no habrá víctimas que puedan exhibir sus genitales achicharrados por una picana eléctrica o algunos de sus dedos despojados de la uña tras el diligente trabajo del verdugo, aquí las torturas son más sofisticadas, aunque no se descarta los golpes propinados por expertos en artes marciales y el apaleamiento dosificado para evitar el exceso de huellas, algo tan común a las tristemente célebres Brigadas de Respuesta Rápida.
Las detenciones en calabozos mugrientos, sin ventilación e impregnados de olores inmundos, por varias horas o días, es lo más común en los últimos meses.
En esas estancias no faltan el abuso verbal de los carceleros y la probabilidad de ser agredido a la mínima exigencia, en relación a la injusta detención o al internamiento en condiciones infrahumanas.
Sin haber concluido la visita del máximo representante del Vaticano, se puede adelantar que el mes de marzo será uno de los peores en cuanto a eventos que se contraponen a los preceptos estampados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En las zonas del país, donde es más visible la presencia de movimientos contestatarios, hay una especie de estado de sitio.
Decenas de personas, vinculadas a estas agrupaciones, han sido detenidas en estaciones policiales o vigiladas a corta distancia de sus respectivos domicilios para impedir su salida.
El periodista independiente Julio Aleaga Pesant me comunicó vía telefónica el fin semana, los pormenores de su arresto el viernes 23 y su traslado forzoso a La Habana, donde reside, desde Santiago de Cuba.
“Estuve alrededor de 12 horas en la tercera unidad policial. Mi objetivo era reportar la misa del Papa en esta ciudad. Hay decenas de opositores tras las rejas o retenidos en sus casas en varias localidades cercanas”, expresó el comunicador.
La realidad merecería una atención del visitante. Esperar un contacto directo entre el Papa y una representación de quienes ponen en riesgo su integridad física por refundar la nación cubana sobre bases democráticas, es una ilusión con escasas posibilidades de concretarse. Un poco menos idílico, pero también difícil, sería aguardar por una mención pública de estos abusos, sin perder la perspectiva de que más allá del contenido religioso del breve periplo, se trata de un Jefe de Estado que deberá atenerse al protocolo que demanda prudencia en asuntos tan conflictivos.
Sería una sorpresa escuchar una alusión del Pontífice, tan siquiera mínima, en defensa de personas que solo buscan legitimidad para sus actos pacíficos a favor de la despenalización de los criterios contrapuestos al dogma oficial y el derecho a participar en las diferentes actividades políticas, sociales y culturales sin hacer concesiones ideológicas.
Una parte del pueblo se niega a perder la esperanza en que la visita arroje algo positivo. No se atreven a especificar qué, pero ese discreto acercamiento al optimismo les ayuda a aliviar el peso de las escaseces materiales y espirituales.
Sin ánimo de quitarle importancia a la segunda visita de un Papa a Cuba, la primera fue en 1998, no puedo restarle jerarquía en el orden de las prioridades al caso del activista pro derechos humanos Rogelio Tavío López.
En un centro policial de la ciudad de Guantánamo languidece como consecuencia de una huelga de hambre que inició a comienzos de marzo, en protesta por su arbitraria detención y posible enjuiciamiento.
¿Se enterará Benedicto XVI de esa terrible circunstancia? Quiera Dios que así sea.