En la clausura de su segunda sesión anual, Raúl Castro expresó ante la Asamblea Nacional del Poder Popular su voluntad de mejorar las relaciones con Estados Unidos: “Si realmente deseamos avanzar en las relaciones bilaterales, tendremos que aprender a respetar mutuamente nuestras diferencias”, continuando así en su rol de aparentar diferencia con la tradicional política de confrontación permanente de su hermano.
Creemos que realmente Cuba tiene muchos temas que conversar con Estados Unidos, tal y como reclamarían las normales relaciones bilaterales entre dos países vecinos y soberanos. Pero también creemos que ese no es el principal problema que hoy enfrenta nuestro pueblo, esta no es la mayor preocupación de los cubanos, ni el diálogo con Estados Unidos debería ser la preferencia del gobierno de Raúl Castro. Evidentemente el gobernante cubano ha confundido sus prioridades y ha equivocado sus interlocutores.
El gobierno cubano con quien debería comenzar un diálogo urgente es con su propio pueblo, y a quien debe respetar las diferencias en un marco de libertad y democracia es a sus ciudadanos. El necesario respeto a la pluralidad es un reclamo de la sociedad civil cubana, de los opositores, y de la gran mayoría de cubanos dentro y fuera de la isla (reclamo del que se hicieron eco recientemente los Obispos cubanos en su carta pastoral “La esperanza no defrauda”).
Quiso el azar que todo el mundo presenciara el intercambio de saludos entre el gobernante cubano y el presidente Barak Obama, en los funerales del fallecido líder Nelson Mandela; pero mientras esto sucedía, en la Habana, la maquinaria policial reprimía a opositores y utilizaba a escolares menores de edad para acosar a quienes pretendían homenajear el día de los derechos humanos. El azar y los hechos cotidianos presentaron la foto real del problema cubano.
La paradoja que significa exigir respeto a ser diferente mientras se persigue la diferencia supone, aparte de una superioridad moral inexistente, un contrasentido, en un régimen que durante más de medio siglo ha castigado el disenso y penalizado el ejercicio de las libertades individuales. Millares son los hombres y mujeres que por motivos de pensamiento han pasado por las cárceles cubanas. El año que termina se salda con la cifra aproximada de seis mil detenciones arbitrarias contra personas que solo intentaban ejercer sus derechos de asociación y manifestación pacíficas.
Quien exhibe semejantes registros debería –por pudor– callar, y dedicarse a propiciar realmente el dialogo entre todos los cubanos, lo que sería una señal inequívoca de una verdadera voluntad de cambio. Esperemos que así sea.