Martes , 27 Junio 2017

Mano de hierro y sin guantes

Jorge Olivera Castillo.
El abogado René López, residente en La Habana, ha sido una de las últimas víctimas de la ola represiva que comenzó a gestarse días antes de la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba, ocurrida entre el 26 y 28 de marzo, y que amenaza con mantener la misma intensidad.
“Me detuvieron el viernes 13 (de Abril) en la mañana. Estuve en las estaciones policiales del municipio la Lisa y Marianao”, dijo el jurista poco antes de pormenorizar la agresividad de los interrogatorios y las amenazas de procesarlo por los servicios de asesoría jurídica que presta a grupos y personas, vinculados al movimiento opositor y a la sociedad civil alternativa.
“No tuvieron en cuenta mis padecimientos cardíacos. Creo que el móvil principal del arresto, radicó en mi trabajo de asesor en el centro de información Hablemos Press que dirige Roberto de Jesús Guerra”, apuntó López.

La situación apunta a un mayor deterioro, a instancias del temor de régimen ante el aumento de la beligerancia de las agrupaciones cívicas y oposicionistas.
Aunque no es factible pensar en represalias masivas al estilo de la ocurrida en marzo de 2003, sí hay que prepararse para operaciones de menor perfil, flanqueadas por la selectividad y el ataque de fuerzas parapoliciales que presentan como reacciones espontáneas del pueblo frente a la “contrarrevolución”. Es decir que los llamados actos de repudio, las detenciones de corta duración, los arrestos domiciliarios, los registros y confiscaciones en las casas, además de los enjuiciamientos, si no representan demasiados costos políticos, seguirán a la orden del día.
No hay señales de distensión, en lo que se supone sean los últimos años de una de las dictaduras más largas en la historia contemporánea.

Al resumir el número de incidencias que ponen al descubierto la apuesta por no permitir la mínima apertura en materia política y social, se llega a la conclusión de que el gobierno castrense insiste en explorar transformaciones minimalistas circunscritas a la esfera económica.
Una mirada objetiva del escenario arroja conclusiones claras en relación a los fines de una élite que quiere ganar tiempo.
Indudablemente, la duración del sistema implantado en Cuba desde 1959, está interconectado al reloj biológico de sus creadores.
Los verdaderos cambios, vendrán después de la desaparición física de los padres de un socialismo, que en este caso tampoco pudo zafarse de la compulsión y el terror para perdurar como sistema.
Esto no debe ser una realidad que obligue a la resignación, pero es saludable no forjarse expectativas que dejen fuera hechos y circunstancias de gran significación para disminuir el margen de error en el momento de realizar los pronósticos de un futuro del cual es imposible separar la carga de incertidumbre.
Nadie podría predecir que sucederá en Cuba de aquí a un año o más. Sin embargo, se hace difícil pensar que en este lapso, seamos ciudadanos libres en el sentido de viajar al exterior sin tener que pedir un permiso, votar en elecciones multipartidistas, poder expresarnos sin cortapisas y ser testigos de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos dejó de ser un documento subversivo, entre otros prerrogativas ciudadanas borradas del acontecer nacional.
La real apertura de Cuba al mundo y el mundo a Cuba, como pidió el Sumo Pontífice Juan Pablo II en su visita a la Isla en 1998, ocurrirá en su momento. Ni antes ni después de la fecha fijada por el destino.
A aquella memorable frase habría que agregar la apertura hacia dentro, la ideal para quienes padecen el rigor de la represión en todas sus variantes.

Esos caminos que llevan a los puertos de la democracia seguirán llenos de espinas. De los pinchazos pueden hablar con conocimiento de causa muchísimos cubanos. Ángel Moya, Jorge Luis García Pérez (Antúnez), Guillermo Fariñas, Iván Hernández Carrillo, José Daniel Ferrer, Félix Navarro, Sara Marta Fonseca, Berta Soler y las Damas de Blanco, son algunos de los que pueden disertar de esas amargas experiencias.
La ira del gobierno y sus huestes cae sobre ellos como un ritual cada semana.
Si estos abusos suceden en la vía pública y a plena luz del día, ¿Qué pensar del más de medio centenar de presos políticos que penan tras las rejas una condena sin las debidas garantías procesales y a merced de unos carceleros dispuestos a molerlos a toletazos por cualquier motivo?


 

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