EXTINGUIDO socialismo real así como sus caricaturas folklóricas que se apuntalan ahora en algunos países de América Latina y son el hermoso sueño de personajes políticos de otras geografías necesitan para triunfar plenamente, además de la ausencia de oposición y de periodistas libres, que los obreros trabajadores sean sumisos y los sindicatos se conviertan en un instrumento al servicio del partido único.
El testimonio está ahí, en la historia patética de lo que fue el campo socialista. Y aún se puede tocar en carne viva en China, Cuba y Corea del Norte, donde los gremios obreros funcionan bajo el control absoluto de los comunistas y los dirigentes sindicales de más alto nivel son también figurones de la primera línea de mando del país.
La manera de posesionarse y doblegar esas instituciones donde militan los eventuales habitantes del edén proletario y sus familias está descrita en los manuales soviéticos y chinos, unas biblias urgentes traducidas a todos los idiomas porque el mundo estaba destinado a ser inmensamente feliz gobernado por esa filosofía.
El humor de los cubanos, que llevan casi 60 años bajo el poder obrero, asegura que hasta el infierno socialista es mucho más pasajero que el otro porque cuando nofalta el aceite, no llegan las cerillas parael fuego o el Diablo manda a decir queestá enfermo y no se presenta a trabajar.
Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, un antiguo líder sindical del transporte en Caracas, estudió en las rigurosas escuelas políticas de La Habana y leyó, comprendió y se sometió a examen sobre la importancia de que los obreros sean leales al partido que les llevará a vivir la vida que se merecen. También se instruyó acerca de los métodos que se pueden usar si algunos grupos descarriados no aceptan que les impongan el bienestar y la prosperidad.
Maduro envió esta semana a 500 guardias a reprimir con bombas lacrimógenas y armas de perdigones una manifestación de trabajadores que reclamaban beneficios laborales en la siderúrgica del Orinoco Sidor, en el sur del país, nacionalizada por Hugo Chávez en 2008. Ocho obreros resultaron heridos.