El apoteósico recibimiento del presidente francés François Hollande a su homólogo cubano es la joya de la legitimación.
Con este evento no quedan espacios disponibles para albergar alguna esperanza en un tránsito hacia una democracia sin amputaciones, enmascaramientos e interminables prórrogas.
Raúl Castro ha entrado por la puerta ancha del Palacio del Elíseo, siendo el representante de la única dictadura del hemisferio occidental.
Eso quiere decir que cuenta con todo el tiempo del mundo para preparar un retiro que tal vez sea un espejismo.
Se sabe que mientras esté en sus cabales no perderá la costumbre de ejercer el poder absoluto, aunque sea en la sombra.
Ya tiene el aval de la república francesa para seguir vendiendo los cambios cosméticos como reformas estructurales de gran calado y mantener las raciones de toletazos que las brigadas de respuesta rápida descargan festinadamente, cada semana, sobre los cuerpos de opositores y activistas de la sociedad civil.
Las pompas de la bienvenida señalan la proximidad del fin de la Posición Común y todo lo que estorbe en la articulación de un escenario que garantizaría el avance hacia un autoritarismo light.
Hollande demostró con evidente claridad que el tema de la violación de los derechos humanos, el unipartidismo y la existencia de varias decenas de presos políticos, no le interesaban lo suficiente para tan siquiera mencionarlos de soslayo en algunas de sus intervenciones.
De lo que sí no se olvidó fue de arremeter contra el embargo norteamericano sin matices retóricos y llamándolo bloqueo a sabiendas que no es cierto.
En este ir y venir de aprobaciones al más alto nivel es iluso pensar en un cambio del estatus quo dentro de la Isla, sobre todo bajo el mandato del general-presidente.
El reciente espaldarazo a su gestión va mucho más allá del simbolismo. Se trata de una potencia de primer nivel, además de ser un referente histórico en la defensa de los valores democráticos.
Las líneas maestras de una estrategia que fue montada sobre los pilares de utilitarismo han tenido en la Ciudad Luz un destaque de lujo.
Los representantes de la dictadura tienen ahora un cheque en blanco, con un dibujo de la Torre Eiffel en el dorso, para seguir haciendo lo que estimen conveniente a sus intereses.
Nada se le exige, salvo sonrisas plásticas y un alijo de compromisos para que se añejen en los confines del olvido.
Con eso basta para que algunas cosas dentro de Cuba cambien para que todo siga igual.
¿La próxima visita de Raúl Castro será en el número 10 de Downing Street? Es posible.
Como están las cosas, David Cameron y hasta la Reina Isabel II, pudieran convertirse en los próximos anfitriones del monarca cubano.
Si ocurre, dudo que superen la celebérrima gentileza de François Hollande.