La persona que llega a la librería Ítalo Calvino del poblado de Santiago de las Vegas perteneciente al municipio de Boyeros, en la capital, no puede evitar sentir una instantánea sensación de disgusto, al ver los precios de los libros que se exhiben en las mesas y estantes.
No se trata solo del hecho de que estos precios sean elevados, con relación a los ingresos de un cubano promedio, sino que han sido alterados, algo que se nota de inmediato; en particular el cliente que este habituado a recorrer otras librerías de la Habana o de las cercanas provincias de Artemisa y Mayabeque.
Esta situación se hace más relevante después de concluida la Feria del Libro, debido a los nuevos títulos que en este evento se ponen en circulación. Por lo general pocos de los locales del Estado se atreven a alterar los precios, pues se trata de libros impresos recientemente de los que muchas personas saben su costo; lo que suele suceder es que se le comercialice fuera de las librerías.
Pero en la pequeña librería de Santiago de las Vegas ni siquiera han tomado esta precaución, si existe como se evidencia alguna ilegalidad en lo que se está haciendo, los afectados son los clientes que acuden a este sitio.
Por ejemplo el Manual de Santería, de Rómulo Lachatañere, se comercializa a diez pesos, moneda nacional, pero en esta librería cuesta veinticinco pesos, moneda nacional.
No obstante donde más se aplica la alteración de precios es en la literatura para niños, debido a la escasez de títulos publicados para ellos por las editoriales cubanas.
A algunos libros no solo se les agrega un por ciento al precio, sino que a veces se cobra el doble y hasta el triple de su precio real. El Principito, en otras librerías es de cuatro pesos moneda nacional, en esta vale diez pesos. Cuando le pregunté a la vendedora -que no quiso decir su nombre- si ese era el precio real de El Principio de Antoine de Saint Exupéry, contestó con desparpajo y con una mueca que quiso parecer una sonrisa -en la que mostraba varios dientes de oro- “Si, ese es el precio, ese mismo primo. ¿Cuál es el problema”.
Le respondí que eso era una estafa a todos los padres que llegan a la librería con sus hijos. A una mujer que acaba de salir con su niña, le cobraron diez pesos por un libro que vale tres; a lo que ella refutó: “Mire mi padre, ese es el precio, aquí yo no estafo a nadie y si no va a comprar nada vaya tumbando que ya tengo el día malo”.
Comprendí que debía marcharme para evitar una escena violenta.
Conversando con algunas otras personas del poblado acerca de esta librería, afirmaron que en el lugar ya es costumbre arraigada el alterar los precios, que ellos se han quejado de esa situación y no ha servido de nada, han optado por comprar los libros en otras librerías fuera del pueblo, en la Habana.
Esto provoca que al lugar vayan pocas personas, solo los que desconocen de la alteración de los precios o a los que no les importa, quizá a ello también se deba que este local no cumpla nunca su plan de venta anual.
La administración explica este incumplimiento alegando que ya la gente no lee como antes, pero el pueblo considera que el motivo es muy sencillo “A nadie le gusta que lo estafen”.
Cabría solo preguntar si las autoridades competentes del municipio, no conocen esto, ya que resultaría increíble, porque es algo que se hace de forma abierta y sin disimulo.
La Habana, 16 de junio de 2015.