Martes , 27 Junio 2017
El principio del fin

El principio del fin

La élite de poder cubana no está preparada para una relación normal con los Estados Unidos.

Es predecible que en el transcurso de las negociaciones entre ambos gobiernos se produzcan no pocos encontronazos.

Mientras el presidente Obama reitera su compromiso en ayudar a la consolidación de una sociedad democrática en la Isla, Raúl Castro acentúa su retórica en defensa del modelo que criminaliza el ejercicio de los derechos fundamentales.

La inminente excarcelación de medio centenar de prisioneros políticos no es en sí un gesto que ayude a tener una idea de cómo se desarrollará el proceso.

¿Por qué no se incluye al resto de los condenados por tales causas que suman en la actualidad un total de 104 personas?

¿Abandonarán la prisión por medio del indulto u otras figuras que dejan abiertas las posibilidades de ser devueltos o sancionados por delitos similares?

Lo interesante sería el otorgamiento de una amnistía general como preámbulo a una reforma del código penal.

No parece que esta sea la intención a corto plazo de la nomenclatura, pero las circunstancias, obligan a una revisión de las tácticas represivas.

Si algo queda claro es que sin avances en el respeto a las libertades fundamentales dentro de la Isla es imposible que pueda estructurarse una plena recomposición de las relaciones bilaterales.

Una pieza fundamental en el rompecabezas es el embargo. Un arma que tiene el general-presidente para aceitar, en la medida de lo posible, la maquinaria de la confrontación.

Más allá de intransigencias y excusas para ralentizar la dinámica de la transición, la dictadura tendrá que ceder espacios.

El desgaste del modelo es parte de una realidad que pese a los esfuerzos por ocultarlo sale relucir en el pésimo desenvolvimiento de la economía y en la larga lista de problemas sociales sin solución  a la vista.

Tras el cortinaje de la victoria pírrica con el canje de los tres espías por el contratista norteamericano Allan Gross, Raúl Castro debe estar lamentando su derrota.

Para disimular continúa repitiendo en público las mismas consignas de hace 50 años.

Viejo y cansado no le queda otra alternativa que limar las diferencias con su enemigo. El mismo que le proporcionó durante décadas las coartadas para la legitimación.

Con el fin de una etapa de desencuentros que parecían irreconciliables y el comienzo del “deshielo”, se acaban las justificaciones para mantener el país en un permanente estado de guerra.

El tiempo ha hecho trizas las barricadas. Los “duros” del partido comunista deben adaptarse a los nuevos escenarios, aliviar sus frustraciones a golpe de recuerdos y acabarse de convencer de su anacronismo.

No importa que sigan las consignas revolucionarias y los spots anti norteamericanos. Eso son los adornos para camuflar el fracaso. ¿Y qué del silencio sepulcral del Comandante en Jefe?


 

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