El PRESIDENTE Nicolás Maduro es el responsable único de su mediocridad como gestor de la economía de Venezuela, de su vocación de intolerante y de la vanidad que le permite presentarse en público con el talante de un líder revolucionario de estatura continental. Pero detrás del desastre que vive hoy aquella nación está también el grupo de conspiradores que lo eligió para que asumiera la herencia de Hugo Chávez.
Tienen que sentirse ahora nerviosos y molestos porque se les acaba la cogioca politica, se les agota la mina de dólares, y el hombre que, en sólo 12 meses, ha dilapidado esa riqueza es el que ellos escogieron en medio de broncas silenciosas en La Habana y Caracas mientras se rescribían los partes médicos y las hojas clínicas del paracaidista de Barinas.
Maduro aspiraba a dirigir un sindicato y para prepararse se fue a estudiar a Cuba. La vida -en este caso la muerte-, sus profesores y los milagros de la politiquería, le pusieron en la mano la dirección de un país que el populismo tenía a punto de explotar por la inflación, la falta de alimentos, la criminalidad y la clara división de la ciudadanía.
Se sabía que quien saliera como sustituto tendría el favor y la preferencia de un sector de la población encandilada todavía por el carisma y la demagogia de Chávez. Y tendría también el rechazo de una oposición creciente y diversa. Cuando llegó a Miraflores, el aplicado alumno de las escuelas sindicales cubanas tenía un respaldo de, aproximadamente, la mitad de la población. Ahora cuenta con el apoyo de un 20 por ciento, según las encuestas más recientes.
Maduro seguirá en ese camino hacia el fondo hasta que desaparezca. Se empeñó en imitar a su jefe y ser fiel a sus promotores y Venezuela se hundió en el caos. Cuando hace un mes los estudiantes y la oposición se lanzaron a la calle para protestar y reclamar cambios para el progreso y la democratización, sacó los tanques y soltó los gorilas.
Los 19 muertos, los 250 heridos de estas jornadas y los centenares de venezolanos que están en las cárceles se quedan para siempre en su expediente de monigote solitario porque tuvo el talento, mediante el ejercicio pleno de su brutalidad y su torpeza, de poner al descubierto la esencia y la cara del socialismo del siglo XXI, una cirigaña teórica con la que Hugo Chávez y otros pícaros quisieron disfrazar el totalitarismo.