Aunque no haya sido el primero y ojalá que tampoco el último, vale la pena destacar la actitud del embajador británico en Cuba, Tim Cole.
Hace unos días que colgó en su bitácora un artículo donde defiende la validez de los postulados de las Naciones Unidas que abogan por el respeto a los derechos fundamentales del ciudadano.
Sobredimensionamientos aparte y sin particularizaciones que hubiesen dado las pautas para un conflicto diplomático, el señor Cole pone en entredicho la ideología del régimen de La Habana que persiste en criminalizar los derechos civiles y políticos.
Las alusiones que hace en el discurso tienen que ver con la importancia de una “sociedad civil fuerte y que opere libremente como base para el éxito de las democracias, convirtiéndose en su oxígeno”
Pudiera parecer a primera vista un concepto sin ningún tipo de impacto, pero es que lo escribe y publica dentro de un país gobernado por personas que impiden por todos los medios posibles, la institucionalización de esos espacios.
Además no es lo mismo que lo diga el representante de Djibuti que el de una de las principales potencias del mundo actual.
Así que por muy discreto que haya sido el tono a la hora de reflejar su punto de vista sobre este asunto, la indignación en la élite de poder debe estar todavía al rojo vivo.
Desafortunadamente no hay señales que indiquen rectificaciones en el aparato de control que el partido comunista y la policía política se encargan de renovar día tras día.
La libertad de expresión sigue limitada a glorificar el socialismo en plazas y callejones.
La de asociación a alistarse en las organizaciones de masas autorizadas por el alto mando y la de religión a rezar en los templos junto a los chivatos disfrazados de feligreses y ministros que, salvo contadas excepciones, se someten a los dictados del poder empujados por el pragmatismo y la mezquindad.
Después del mal rato que les hizo pasar míster Cole con sus opiniones favorables a la democracia representativa, seguramente refuerzan los nudos del modelo que alegan estar actualizando para mejorar su funcionamiento.
Las remodelaciones que se publicitan como si fueran la vía para salir del estancamiento económico son apenas un tramo de la cortina de humo que los gerifaltes del poder se empeñan en colorear con sus discursos.
Detrás de esos decorados, no hay nada compatible con los deseos de la mayoría del pueblo que sueña con salarios dignos, servicios de calidad y la oportunidad de disfrutar de los derechos defendidos por el embajador del Reino Unido.
Raúl Castro sigue sin asimilar el lenguaje que exalta los valores de la economía de mercado y la democracia. Le resulta oprobioso, fuera de lugar.
No se esconde para afirmar que la dictadura que encabeza desde el 2006, garantiza todo lo que necesita el ser humano para una vida feliz.
En el discurso que ofreció desde el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 28 de septiembre último, estuvo implícita su negación a permitir que se articule una sociedad civil independiente en Cuba.
Para calzar sus teorías a favor de la estatización, puso de ejemplo a los gobiernos populistas de Nicolás Maduro y Rafael Correa. Dos pilares del socialismo del siglo XXI. Una entelequia que se fundamenta en el ahogo de las libertades individuales y el caudillismo.